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Sara

martes, 21 de agosto de 2012

Pompas fúnebres /PARTE 1


Ayer me moría de ganas de salir a la calle. Ni se me ocurre ahora. Creo que estamos a unos cien grados a la sombra. Me quedaré en casa todo el día si es necesario, al lado de mi ventilador, que como ya se sabe, es una estafa. Pero algo es algo. Es por la mañana, y estoy en mi cuarto. Si me asomo por la ventana puedo ver al hormiguero en el que se convierte la ciudad al despertar. Pequeños pares de pies corriendo de un lado al otro y siendo observados desde un tercer piso. Pobres. Y yo tirada en la cama. La casa está desierta. Mi madre estará ahora mismo seguramente en la oficina con una taza de café. Trabaja aquí, así que no tiene que moverse mucho. Bueno, un poco. Trabajará en la misma ciudad, pero en la otra punta, eso sí. En una aseguradora de ¿seguros? Tampoco sé muy bien de qué va eso de los seguros. Mi padre trabaja en una biblioteca. Enorme. Creo que la más grande de la ciudad. Suerte tengo que mis padres trabajen tan cerca de casa, la verdad. Me imagino que mi madre fuera como Ana. No creo que lo aguantara. Ana tiene dos hijas más o menos de mi edad y un marido en Colombia. Se vino a trabajar aquí hará unos seis, siete, ¿ocho años? No lo sé. Un día no sé porqué empezó a contármelo. Resulta que allí en su País no había trabajo suficiente y tuvo que venirse aquí para poder mantener a su familia. Su familia que vive tan lejos. Todos los meses les envía dinero para que puedan vivir. Alimentar a tres personas, bueno, cuatro, porqué su madre también necesita que alguien la cuide, desde la distancia. Raro. Bueno, corriente. Hay mucha gente así. La vida. Y ahora Ana cuida de mi abuela Regina. Y menos mal, porque Regina estaba muy sola. Su marido hace más de veinte años que faltó, así que nunca llegué a conocer a mi abuelo.

Mi ventilador de última moda se ha parado. Me acaba de arruinar la mañana, espero que esté contento. Insoportable temperatura sin ventilador así que vamos allá, a la cocina. En realidad creo que me paso en la mayor parte del tiempo  en la cocina. Un 70% asegurado. Vamos, por lo menos. Abro la puerta de debajo de la nevera, y me siento al lado. El congelador se queda así, abierto, hasta que me congelo. Decido que me muevo o me quedo estatua donde estoy, en resto del día. Así que voy hacía el salón, que consiste en la habitación continua a la cocina, con dos sofás, una televisión, y una gran ventana que ocupa media pared. Con un pequeño balcón. Ah, y una alfombra en medio de todo. Ahí voy. Me tumbo en la alfombra y me quedo mirando las musarañas. ¿Hay un plan mejor? No. Pues que nadie me juzgue.

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