¡ATENCIÓN!
Este blog se lee desde la primera entrada publicada hasta la más reciente, ya que es una historia contínua.
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Pese a la inactividad de algunas ocasiones, el blog no estará cerrado al menos que se anuncie su finalización.
Un saludo,
Sara

martes, 23 de octubre de 2012

Elisabeth /PARTE 3


-Al menos el café no estaba ardiendo. Me lo han servido muy frío. ¡No vuelvo a esa cafetería! Si tengo que salir del edificio lo haré. –estaba susurrándome Elisabeth.
-Sí, menos mal que no estaba ardiendo… -le contesté en el mismo tono.

-Oye mira, ahí está Julio. ¡Julio! ¡Aquí! –dijo ella elevando la voz.

La señora que estaba junto al piano se giró y miró a mi amiga con una cara de reproche que la hizo callar y acercarse aún más a mí para decirme al oído 'la mala leche parecía tener aquella'.
-Tía, es que no se puede gritar. –le dije, haciendo que comprendiera que la mujer tenía razón.

-Bueno, da igual. Ahí está Julio, ahora te lo presento.

Miré a Elisabeth yendo hacia una de las sillas que había en la sala. La vi coger por atrás la silla, y traerla hacia la puerta, hacia donde yo estaba. Ahí fue cuando me di cuenta de que era una silla de ruedas.
-Julio, Alma. Alma, Julio. –nos presentó.

-Oh. Encantada, Julio. –estuve indecisa sobre si acacharme a darle dos besos o quedarme quieta, cuando él alargo la mano.

-Lo mismo digo, Alma.

Elisabeth insistió en salir de aquel lugar, ya que la mujer ‘no le daba buen agüero’. Así que dejamos a solas a Ismael, esperando a que acabase. Yo ya le había dicho a la ‘mujer de mal agüero’ que le avisase de que estaba allí. Los tres empezamos a charlar sobre cualquier cosa; bueno, en realidad Elisabeth hablaba, yo decía alguna frase, y Julio permanecía callado. Así estaba la cosa hasta que él pregunto cuánto nos llevábamos.
-Seis años. –contestó enseguida Elisabeth.

-Cinco. –la corregí yo.

-¿Cómo que cinco? Yo ahora tengo veintiún, querida.

-Y yo ahora voy a cumplir dieciséis, querida. –le contesté imitándola.

-Paz chicas, paz. –cortó Julio, que dejó a Elisabeth en el aire contando con los dedos y pensando en las fechas de aniversario.
-¿Y tu novio? –volvió a preguntar él.

-Diecinueve. –contesté sin pensarlo.
Elisabeth dejó las manos flotando y me miró con los ojos abiertos. Estaba abriendo la boca para empezar a preguntarme todo tipo de cosas, cuando reparé en lo que yo había contestado, y lo que Julio había preguntado.

-¡No! Digo, no estamos juntos. Es un amigo. No sé porqué he dicho eso. –dije mientras notaba que el color me subía a las mejillas.

Elisabeth /PARTE 2


-Entonces, ¿me decías que tocabas el…? –preguntó ella mientras sorbía el café que ya tenía por la mitad.
-En realidad, yo no toco nada. Estoy aquí acompañando a un amigo. –repuse.

-Ah, entiendo. ¡Igual que yo! No me ha pegado a mi por tocar ahora ni la flauta, ni la guitarra, ni el violín ni nada… ¡acompañando a un amigo estoy aquí! Qué cosas Alma, que cosas. –seguidamente se me inclinó hacia mí y me abrazó.
-¡Elisabeth! ¡Ah! –grité.

-¿Qué pasa? Hace tiempo que no nos vemos, ¡no te pongas así chica! –y empezó a reírse, sin darse cuenta de lo que de verdad pasaba.
-¡Elisabeth! Me has tirado el café encima.

-Oh. Es verdad. Lo siento, lo siento. ¡Qué tonta! Y me he quedado sin café y todo…  bueno, vamos al servicio haber si te quitamos un poco la mancha de la camiseta.
Las dos nos levantamos, y salimos de la cafetería, dirección servicios de señoras. Entramos, y delante del espejo intentamos que saliera el rastro de café que me había dejado el abrazo de mi amiga. Misión fallida, ahí continuaba la mancha, y mi camiseta sufría la expansión del agua.

-Ay, lo siento Alma… ahora estás mojada. –me repetía Elisabeth.

-No te preocupes, si ya me iba… -decía yo, intentando quitarle importancia.

-Espera, quítate la camiseta, la vamos a secar con el secador este de manos.
Aunque desconfiaba del secador de manos, lo hice, ya que no quería acabar congelada y no me quedaba otra. Así estuvimos entretenidas un par de minutos, secando la camiseta, aunque no conseguimos lavarla del todo.

-Bueno, se ha hecho lo que se ha podido. Además, ya es tarde, si me acompañas a buscar a Ismael, te lo presento y así me puedo ir.
-Encantada de la vida. ¿Qué instrumento toca?

-El piano. ¿Vamos, entonces?
Fuimos a un ala de donde se escapaban las notas de un piano que corría. Entramos. Era una sala mediana, que de primeras me recordó a un mini-auditorio . El piano estaba situado al fondo, y había sillas dispersas por aquí y por allá. Una mujer mayor, bien vestida, estaba de pie al lado del instrumento. Al lado de Ismael, que era quien lo hacía sonar.

martes, 16 de octubre de 2012

Elisabeth /PARTE 1


Estaba sentada en la cafetería, un poco muerta de sueño, ya que me había acostumbrado a levantarme muy tarde todos los días en verano. Eran las once de la mañana, pero eso no era nada comparado con levantarse a las siete, costumbre que había tenido que retomar con el inicio de las clases. De nuevo el día me sorprendía más oscuro, y el tiempo era totalmente inestable. Hacía unas semanas que había empezado el curso, y con tantos deberes y tanto estudiar no había visto a Ismael apenas. Me había pasado las tardes libres con Raquel y las demás, que aunque en verano nos habíamos visto bastante, ahora nos habíamos vuelto a unir más. Así que ahí estaba, despierta a las once, tomándome un zumo en la cafetería del conservatorio de música. No hace falta decir que estaba allí con Ismael. Me había pedido que lo acompañara y yo accedí.

El zumo me lo había llevado sin pagar, así que ahora pasaba por la barra a dejar mis cinco euros (también me había tomado un croissant) cuando me di cuenta de que tan solo llevaba dos monedas de un céntimo en el monedero. Me dio una vergüenza increíble tener que prometerle al camarero que estaba segura de que tenía más en el bolso, donde rebusqué poniéndome roja, cuando el chico me anunció que dejará de buscar. Levanté la vista preparada para agradecerle los cinco euros que me había pasado por alto, cuando lo vi ya de espaldas, volviendo a sus faenas, mientras un par de ojos verdes aparecieron delante de mí por sorpresa, haciendo que me llevara un susto.

-¡Alma! –Exclamó ella- no esperaba encontrarte por aquí. ¿Ahora tocas algo? Bueno, bueno, cuánto tiempo. ¿Nos sentamos? Como pasa todo… ¿un año, o más? Ahora no sé. Bien, ven a mi mesa.

Aún estaba exaltada por aquel encuentro. Elisabeth era una chica resuelta, la conocía de toda la vida, pero hacía por lo menos un año, como ella había dicho que no la veía. Era una chica igual de alta (o de baja, según se mire) que yo, con melena morena y unos ojos que le enmarcaban toda la cara, verdes. Nada más pagó la cuenta, me asió del brazo y me llevó rápidamente hacia la mesa donde se sentaba.