¡ATENCIÓN!
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Un saludo,
Sara

viernes, 28 de septiembre de 2012

Neón /PARTE 1


Un largo pasillo. Oscuro como la noche, y es de noche. Creo que es de noche. Puedo asegurar que es de noche… en realidad no lo sé. Vivo sin día, y no respiro mientras voy como sonámbula recorriendo las tinieblas. No sé quien soy ni donde estoy. Intento ver algo, pero no sé si mis ojos están cerrados o ciegos. Ciego avanzando, y parece no tener fin. Avanzo, avanzo. Una luz roja. Inundada de esperanza camino hacia ella, años, años parecen que pasan mientras doy un paso hacia delante y otro más. Una línea recta, una luz que me da un destino que seguir. Me giro y no hay nada, tengo miedo de mis propias pisadas, unas huellas que se han evaporado en la nada. Corro, corro hacia el rojo. Cada segundo pasa como una década y cuando llego, me siento cansada, muy cansada. Un cartel de neón crea un círculo de luz alrededor de una puerta negra. Miro en busca de letras de rojas, pero no las encuentro. Si pone algo, no lo puedo ver.
Mi mente me grita que siga hacia delante, que abandone la aureola carmesí, mal, no entres, mal. Vete, sigue en las sombras, sigue hacia adelante. Tiene que haber algo, sigue, no entres, sigue recta, no te desvíes, mal. Sigue gritándome, sigue pidiéndome que me vaya, la voz de mi cabeza pasa de los gritos a los lamentos, cada vez la oigo más lejos mientras una imagen aparece constantemente en mi mente. Me toco el cuello, encuentro una llave atada a una cadena que no recordaba llevar. Me paso la cadena por la cabeza y sostengo la llave en las manos. Me acerco a la puerta y la abro. Se abre sola, prácticamente. La cadena cae rendida al suelo y queda ahí, entro. La luz de neón se va apagando lentamente y la puerta se cierra de golpe detrás de mí. No me importa. Me encuentro en una nada, tan vacía como la anterior, pero hay algo que me llena completamente. Una voz, y no es mi cabeza. Me llama, llama mi nombre, aunque yo no sé cómo me llamo. Yo no sé donde estoy, yo no sé quién soy. Solo sé que la voz me apremia, me instiga, se hace casi insoportable. Vives muerta. Vives muerta. Vives muerta, me dice. No tengo miedo, sé que no tengo miedo, no tengo por qué tenerle miedo, es el susurro de las esquinas, de los rincones en penumbra, de las manchas de sangre,  de las palabras rotas.

No es una voz, son miles.

sábado, 15 de septiembre de 2012

Febrero


Ayer perdí los papeles por unas palabras que dijo Ismael, inocentemente. Iba a perderlos de un momento a otro, lo que me dijo Raquel me estaba comiendo la cabeza. No sé porque tuvo que decirme nada, seguramente no es eso. Bien, hace tres días, me llamó Raquel por la noche y quedamos para el día siguiente. Hace dos días me presenté en su casa con lo que me había pedido. Toqué al timbre un par de veces, y nadie me abría. Me empecé a impacientar, iba a llamarla al móvil cuando apareció en el portal. El alma se me cayó a los pies, estaba llorando.

-¡Raquel! ¿Qué ha pasado? –dije asustada.

Entre lloros y sorbos de nariz me hizo pasar y me abrazó desconsolada. La aparté un poco de mí para poder verle la cara, y le volví a repetir lo mismo.

-¿Qué ha pasado?

-Alma… yo, él. ¡No me lo puedo creer! Es tan… -y volvió a romper a llorar.

-Tranquila… cuéntamelo. Vamos, sentémonos.

La lleve a rastras por su propia casa y nos sentamos las dos en el sofá del salón. Después de un rato conseguí que se tranquilizara.

-Ha muerto, Alma. ¡No me lo puedo creer! Se fue…

-¿Quién? –pregunte esperándome lo peor.

-¡Febrero! Se ha ido…

¿Febrero? ¿Qué clase de nombre era Febrero? Enseguida me vino a la mente un par de ojos amarillos cerrándose y abriéndose. Negro como él mismo. Lo había ignorado desde aquella primera vez que le vi, por si acaso, no me atraía la compañía de un gato tan oscuro y escurridizo.

-Ay Raquel… tu gato. Lo siento muchísimo.

Raquel tenía doce gatos, bueno, ahora once. Enero, Febrero, Marzo, Abril, Mayo, Junio, Julio, Agosto, Septiembre, Octubre, Diciembre y Lobo. Nunca supe de la existencia de un Noviembre. Simplemente ella se había saltado ese mes, como quien pasa por alto un anuncio en un tablón que nunca leerá. Así de insignificante. Siempre me había intrigado bastante, pero cuando le pregunté por ello, un invierno hace un par de años, simplemente me contestó: ‘¿Noviembre? ¿Y para que voy a querer yo un gato que se llame Noviembre? Es ridículo.’ No creí necesario hacerle la observación de que tenía doce gatos, once de los cuales tenían nombres de meses del año, y el que faltaba, se llamaba Lobo, porque según ella, tenía una dentadura lobuna. Por supuesto que no tenía a los doce gatos en casa. Aunque ella vivía en una casa bastante grande, seguía viviendo dentro de un pueblo, y tantos animales correteando aquí y allá no le hacía mucha gracia a sus padres. Se los cuidaban sus abuelos, que vivían en el campo. Cada fin de semana iba a ver a sus abuelos y a su montonazo de gatos. Nunca entenderé su pasión por los bichos en general. Grandes y pequeños. Animales a cuatro patas con vista en blanco y negro.

-Me acaba de llamar mi abuela para darme la noticia… -y se puso a llorar de nuevo.

Me temo que el año que viene Raquel va a estar de luto todo el mes de febrero, me lo veo venir. Pobre Raquel…

viernes, 14 de septiembre de 2012

Seremos efímeros /PARTE 2


Miro la pintura desconchada del suelo. Pedazos de escamas aquí y allá. Pedazos de cielo rojo allí y acá. Soy otro trozo de pintura suelta. Otra luz que se muere entre las nubes. Un último rayo de sol granate. Cierro los ojos hasta que me hago daño, y solo veo tierra húmeda. Unos huesos creando raíces que sangran. Unos pequeños gusanos que agujerean el blanco sucio. Plantas que crecen a través saliendo a la superficie, mientras ese cuerpo muerto queda escondido bajo la tierra. Llueve sobre la planta, y pasa el invierno. La primavera florece y nuevos colores se alzan abriéndose camino, por los huesos roídos por los bichos ciegos del barro.  Los niños pisotean la hierba durante años, donde han ido desapareciendo los huesos, que eran troncos marfil reducidos a polvo, mes tras mes. Ya nadie se acuerda. Nadie sabe que han estado ahí. Que eran. Nada. Desaparecen. Para siempre.

Dejo escapar un grito ahogado que no se atreve a salir de mí.

-¿Alma? –pregunta alarmado Ismael, girándose hacia donde sabe que estoy.

Desaparecen. Desaparecen. Para siempre. Desaparecen para siempre. Nadie sabe qué has estado ahí.  Quien eras. Nada. Para siempre.

Alma. Alma. Alma. ¡Alma!

No llores Alma.

No llores. No llores, Alma.

Unas manos me levantan el rostro y una voz me suplica. No llores. No llores. Alma…

Abro los ojos. La boca me sabe a sal. Ismael está agachado delante de mí. No llores.

-Shh, tranquila…

Me siento estúpida. Y pequeña. Pequeña.

-No quiero desaparecer.

-No digas tonterías, no desapareceremos. Tenemos toda una eternidad por delante para conseguirlo.

Calma.

-Seremos efímeros. Como nada.

-Podemos ser eternos, Alma.

No le creo. Igualmente, pregunto.

-¿Entonces tenemos toda la eternidad?

-Absolutamente.

Y me echo a reír. Reír. La luna ocupa el lugar del sol, y la noche va cayendo.

-No te creo.

-Ya lo verás.

Vuelve a sentarse al lado. Yo vuelvo a respirar con sosiego. La tierra y los huesos desaparecen. Cierro los ojos hasta que me hago daño. No veo nada. Me asusto un instante. Sigo sumergida en la nada.

-Despierta… ya es tarde. –le oigo.

Bajamos hasta su piso y me despido de él en cuanto entra. Subo a mi casa, y me voy directa a la cama. Estoy agotada por alguna razón inexplicable. Bebé Ramón empieza a llorar. No me importa. Estoy demasiado cansada. Tengo hambre. Pero no importa. Estoy demasiado cansada. Duermo, y, color rojo.

martes, 11 de septiembre de 2012

Seremos efímeros /PARTE 1


-Seremos tierra algún día.

-Que profundo, chico. –le digo a Ismael.

Ismael me ha dicho hoy de subir a la terraza del edificio. Yo a veces subo, cuando me aburro de estar en casa pero tampoco tengo ganas de salir a la calle. La terraza consta básicamente de: nada. Un lugar tan ancho y largo como lo es la finca, con el suelo pintado de rojo y un muro de cemento (pintado de rojo también) alrededor de todo para que no se mate nadie.

Es por la tarde. Como si fuese magia, todo el calor de los últimos meses parece que se ha esfumado en un abrir y cerrar de ojos. El sol se va escondiendo a lo lejos, reptando por los altos tejados que despuntan aquí y allá. Es tarde por la tarde. Más tarde-noche que tarde-tarde. Para que quede claro. Los dos estamos sentados en el suelo, con la espalda pegada al muro que se ha convertido en un respaldo frío y rugoso. Yo estoy  con las piernas cruzadas, Ismael está estirado, y los dos tenemos la vista fija al frente. Un atardecer rosado cubre el cielo en poco rato.

-Bueno, es verdad. –me contesta él. Yo ya había olvidado lo que le había dicho. Me había quedado absorta con la caída de la luz.

-No sé yo. Si te incineran y te guardan en una urna en la repisa de la chimenea, ¿Qué?

-Algún día se morirán también los que te guardaban en esa urna, y ya nadie se querrá hacer cargo de tus cenizas. Lo más lógico es que las repartieran por ahí. Entonces...

-Entonces seríamos tierra algún día. Si, lo pillo. Que positivo.

-Yo siempre querré tener la razón, acostúmbrate. Es más, la tendré. Soy así de inteligente.

-Lo que eres es un egocéntrico, chaval. –le contesto con ironía.

Agacho la cabeza y me aprieto la coleta. Cuando levanto los ojos, en el horizonte solo se ve una fina línea de luz que va retrocediendo.

-Si todos seremos tierra algún día, significa que todos moriremos algún día.

-Elemental, querido Watson. –me dice Ismael dándome la razón. Faltaría más.

-No te rías. ¿No te asusta desaparecer?

-No desaparecemos, Alma. Morimos. –replica.

-Oh, mucho más bonito. –suelto con sarcasmo.

-Pues mucho más bonito, sí que es. ¿Piensas desaparecer? Yo no lo haré.

-Guay, pues suerte con lo tuyo y que te vaya bien.

viernes, 7 de septiembre de 2012

Quinientas treinta notas de Ismael.


Cuando se marchó Alma, me quedé una vez más solo en casa. Me sentía un poco vacío. Des de que la conozco es la única que viene a hacerme compañía.  Era agradable tener a alguien con quien poder hablar, además era mejor tener a alguien feliz con quien hablar, no como el resto de la gente que hablaba conmigo mientras piensa todo el rato ‘pobre chico, es ciego’. Todo el rato. Se les nota en la voz. De veras. Ella era más pequeña, por eso a veces se le olvidaba que estaba con alguien que no puede ver, y tan poco parecía que le importase mientras me hablaba, así que a mí me importaba menos si estábamos los dos. Si alguien piensa que volver a la realidad es complicado, se equivoca. La realidad es que soy una persona como otra cualquiera. Para llenar un espacio desierto de tiempo empecé a tocar el piano. Se me ocurrió tocar ‘Think’, pero se me fueron las ganas en seguida, y empecé con una de las miles de millones de melodías lentas que me sabía.

Después de un rato, salí al balcón para que me diese un poco el aire. Imaginé las estrellas caer. Casi llegué a pensar que las sentía cuando eran lágrimas las que llovían. Era una noche silenciosa y apagada. Hacía frío, la verdad. No entendí el porqué de aquellas lágrimas. La ceguera, las estrellas, vacío... Pero me erguí, y dejé de llorar, para volver a la normalidad.  Era cierto que tenía cuatro años más, y por supuesto no era amor. Era seguridad. Una chica tan resuelta y desinteresada me inspiraba protección. Ella no, si no el hecho de que alguien aquí pudiera pasar por alto al menos unos momentos mi condición. Porque no era el fin del mundo. Era el fin del mundo que antes vivía, pero no había cambiado todo. Intentaba mostrarme indiferente la mayoría de las veces, o por lo menos fuerte, pero tristemente no era así, muchas otras veces.

No creía en las estrellas fugaces, pero aún así, aquel día pedí a una que Alma, que una mano amiga,  no soltase mi mano nunca más.

Decidí entrar de nuevo, y ponerme a tocar otra vez. Estaba haciéndolo cuando el teléfono sonó. No sabía la hora que era, pero era muy tarde. Me asuste un poco al pensar lo que podía ser.

-¿Dígame?

-Oye, al final volveré a mi idea principal sobre que eres un psicópata que no quiere dejar dormir para asesinar.  –me contestaron al otro lado de la línea.

-¿Alma? –repuse extrañado.

-No, tu abuela. –Me soltó sarcástica-  Enserio, deja de tocar, porfavooor, que me muero de sueño.  Deberías irte a la cama como yo. Tanto sueño…

-Tienes razón, se me olvida a veces que me oyes. Buenas noches Alma. –estuve esperando un ‘buenas noches’ suyo unos diez segundos antes de darme cuenta de que se había dormido.

Me quedé unos segundos más oyendo como respiraba y colgué. Me sonreí. Ella tenía razón, yo también necesitaba descansar un poco. Le di las buenas noches a la nada antes de meterme en la cama, y enseguida caí redondo. Tanto sueño… realmente. El fin de un día sencillo.

lunes, 3 de septiembre de 2012

Lluvia negra /PARTE 5


-¿Qué has pedido? –le pregunto.

-Ah… Sí te lo dijera, te tendría que matar.

-Vale vale, prefiero que no me  lo digas.

-Además, no se cumpliría.

-¡Aha! ¡Así que si qué crees!

-No te emociones, solo digo que ya que pido un deseo, lo pido bien, ¿no? –me dice divertido. –Y tú, ¿qué has pedido?

-Si claro, estás tú que te lo digo. –Me giro y le veo con la mirada al frente (sin ver) –Ha sido bonita la lluvia de estrellas, te lo prometo. –aseguro.

-Me fiaré de ti, Alma. Yo por mucho que llueva agua, sapos o estrellas, lo veo negro.

Y ese silencio pesado de quien suelta una verdad que nadie quería oír y quien no sabe que responder, cae como una pared invisible entre los dos. Me sabe mal haber dicho nada, tampoco lo decía para mal. Si hace cinco minutos hacía frío, ahora más. Quiero decirle a Ismael que entremos, pero él parece que está en otra parte con sus pensamientos, y no me atrevo a soltar palabra.

-Si tienes frío, entramos. ¿Quieres? –me pregunta Ismael sobresaltándome un poco, ya que pensaba que estaba lejos, a saber dónde.

-No, no que va. No pasa nada.

-¡Pero si tienes la nariz congelada! –me suelta él.

-¿Cómo lo sabes? –le pregunto asombrada, y ahora de cara a la puerta preparada para entrar.

-Me lo acabas de admitir. Va, entremos, que empieza a refrescar.

¡A refrescar! ¡Já! A refrescar dice… que empieza ahora, además. Y yo como una momia muriéndome de frío desde hace rato. Anda ya. Espero no haberme vuelto a constipar. Oh, por favor otra vez no.  

-¡No me puedo creer que haga este tiempo en agosto!

-Bueno, ya es como si estuviésemos en septiembre. –me contesta Ismael, mientras cierro la cristalera.

-Voy a dejarte la chaqueta en el cuarto. Ahora vuelvo.

A punto de colgar la chaqueta oigo que el piano de Ismael empieza a sonar. Ni dos segundos ha podido estar separado de él. Yo pronto empezaré el curso, no sé qué es lo que hará él. En otro momento se lo preguntaré, esta noche no tengo ganas. Pensando en estas cosas me doy cuenta de que ya debe de ser bastante tarde, y me toco los bolsillos de mis pantalones para comprobar que tengo la llave de casa ahí. Cuando suba tendré que intentar no hacer mucho ruido, mis padres estarán durmiendo. Me sorprende que a ellos no les sorprenda que sea amiga de Ismael. O a lo mejor sí. Yo que sé. Quisiera saber sobre qué les he oído discutiendo, pero supongo que ya me enteraré si me tengo que enterar.  Cuando consigo devolver la prenda de Ismael a su percha, la canción ya ha cambiado, y salgo enseguida de su cuarto, preocupada de haberme entretenido demasiado ahí dentro. Espero que no piense que le estaba fisgoneando las cosas, por el amor de dios.

-¿Conoces a Aretha Franklin? –me pregunta Ismael, sin dejar de tocar.

-¿La debería conocer? ¿Es del edificio? –contesto inocentemente. A lo que siguen una serie de carcajadas por su parte, y yo que no entiendo nada, me quedo de pie enojada. ¿Pero que he dicho que hace tanta gracia?

-Veo que no, no pasa nada. Escúchala algún día si te acuerdas.

Por el comentario que acaba de hacer, deduzco que es una cantante, y me pongo roja por haber dicho lo del edificio. Menos mal que no me ve.  Durante la siguiente hora y casi media hablamos de música, y él me cuenta qué planes tiene para más adelante. Cuando noto que me voy a quedar dormida en el sofá, me disculpo y me subo para arriba.

-Buenas noches Ismael. A saber que has pedido… -me digo a mi misma antes de caer redonda en mi cama, para ponerme al fin a dormir.