Un largo pasillo. Oscuro como la
noche, y es de noche. Creo que es de noche. Puedo asegurar que es de noche… en
realidad no lo sé. Vivo sin día, y no respiro mientras voy como sonámbula
recorriendo las tinieblas. No sé quien soy ni donde estoy. Intento ver algo,
pero no sé si mis ojos están cerrados o ciegos. Ciego avanzando, y parece no
tener fin. Avanzo, avanzo. Una luz roja. Inundada de esperanza camino hacia
ella, años, años parecen que pasan mientras doy un paso hacia delante y otro
más. Una línea recta, una luz que me da un destino que seguir. Me giro y no hay
nada, tengo miedo de mis propias pisadas, unas huellas que se han evaporado en
la nada. Corro, corro hacia el rojo. Cada segundo pasa como una década y cuando
llego, me siento cansada, muy cansada. Un cartel de neón crea un círculo de luz
alrededor de una puerta negra. Miro en busca de letras de rojas, pero no las
encuentro. Si pone algo, no lo puedo ver.
Mi mente me grita que siga hacia delante, que abandone la aureola carmesí, mal, no entres, mal. Vete, sigue en las sombras, sigue hacia adelante. Tiene que haber algo, sigue, no entres, sigue recta, no te desvíes, mal. Sigue gritándome, sigue pidiéndome que me vaya, la voz de mi cabeza pasa de los gritos a los lamentos, cada vez la oigo más lejos mientras una imagen aparece constantemente en mi mente. Me toco el cuello, encuentro una llave atada a una cadena que no recordaba llevar. Me paso la cadena por la cabeza y sostengo la llave en las manos. Me acerco a la puerta y la abro. Se abre sola, prácticamente. La cadena cae rendida al suelo y queda ahí, entro. La luz de neón se va apagando lentamente y la puerta se cierra de golpe detrás de mí. No me importa. Me encuentro en una nada, tan vacía como la anterior, pero hay algo que me llena completamente. Una voz, y no es mi cabeza. Me llama, llama mi nombre, aunque yo no sé cómo me llamo. Yo no sé donde estoy, yo no sé quién soy. Solo sé que la voz me apremia, me instiga, se hace casi insoportable. Vives muerta. Vives muerta. Vives muerta, me dice. No tengo miedo, sé que no tengo miedo, no tengo por qué tenerle miedo, es el susurro de las esquinas, de los rincones en penumbra, de las manchas de sangre, de las palabras rotas.
Mi mente me grita que siga hacia delante, que abandone la aureola carmesí, mal, no entres, mal. Vete, sigue en las sombras, sigue hacia adelante. Tiene que haber algo, sigue, no entres, sigue recta, no te desvíes, mal. Sigue gritándome, sigue pidiéndome que me vaya, la voz de mi cabeza pasa de los gritos a los lamentos, cada vez la oigo más lejos mientras una imagen aparece constantemente en mi mente. Me toco el cuello, encuentro una llave atada a una cadena que no recordaba llevar. Me paso la cadena por la cabeza y sostengo la llave en las manos. Me acerco a la puerta y la abro. Se abre sola, prácticamente. La cadena cae rendida al suelo y queda ahí, entro. La luz de neón se va apagando lentamente y la puerta se cierra de golpe detrás de mí. No me importa. Me encuentro en una nada, tan vacía como la anterior, pero hay algo que me llena completamente. Una voz, y no es mi cabeza. Me llama, llama mi nombre, aunque yo no sé cómo me llamo. Yo no sé donde estoy, yo no sé quién soy. Solo sé que la voz me apremia, me instiga, se hace casi insoportable. Vives muerta. Vives muerta. Vives muerta, me dice. No tengo miedo, sé que no tengo miedo, no tengo por qué tenerle miedo, es el susurro de las esquinas, de los rincones en penumbra, de las manchas de sangre, de las palabras rotas.
No es una voz, son miles.