-¿Qué has pedido? –le pregunto.
-Ah… Sí te lo dijera, te tendría que matar.
-Vale vale, prefiero que no me
lo digas.
-Además, no se cumpliría.
-¡Aha! ¡Así que si qué crees!
-No te emociones, solo digo que ya que pido un deseo, lo pido
bien, ¿no? –me dice divertido. –Y tú, ¿qué has pedido?
-Si claro, estás tú que te lo digo. –Me giro y le veo con la
mirada al frente (sin ver) –Ha sido bonita la lluvia de estrellas, te lo
prometo. –aseguro.
-Me fiaré de ti, Alma. Yo por mucho que llueva agua, sapos o estrellas,
lo veo negro.
Y ese silencio pesado de quien suelta una verdad que nadie quería oír
y quien no sabe que responder, cae como una pared invisible entre los dos. Me
sabe mal haber dicho nada, tampoco lo decía para mal. Si hace cinco minutos hacía
frío, ahora más. Quiero decirle a Ismael que entremos, pero él parece que está
en otra parte con sus pensamientos, y no me atrevo a soltar palabra.
-Si tienes frío, entramos. ¿Quieres? –me pregunta Ismael sobresaltándome
un poco, ya que pensaba que estaba lejos, a saber dónde.
-No, no que va. No pasa nada.
-¡Pero si tienes la nariz congelada! –me suelta él.
-¿Cómo lo sabes? –le pregunto asombrada, y ahora de cara a la
puerta preparada para entrar.
-Me lo acabas de admitir. Va, entremos, que empieza a refrescar.
¡A refrescar! ¡Já! A refrescar dice… que empieza ahora, además. Y
yo como una momia muriéndome de frío desde hace rato. Anda ya. Espero no
haberme vuelto a constipar. Oh, por favor otra vez no.
-¡No me puedo creer que haga este tiempo en agosto!
-Bueno, ya es como si estuviésemos en septiembre. –me contesta
Ismael, mientras cierro la cristalera.
-Voy a dejarte la chaqueta en el cuarto. Ahora vuelvo.
A punto de colgar la chaqueta oigo que el piano de Ismael empieza
a sonar. Ni dos segundos ha podido estar separado de él. Yo pronto empezaré el
curso, no sé qué es lo que hará él. En otro momento se lo preguntaré, esta
noche no tengo ganas. Pensando en estas cosas me doy cuenta de que ya debe de
ser bastante tarde, y me toco los bolsillos de mis pantalones para comprobar
que tengo la llave de casa ahí. Cuando suba tendré que intentar no hacer mucho
ruido, mis padres estarán durmiendo. Me sorprende que a ellos no les sorprenda
que sea amiga de Ismael. O a lo mejor sí. Yo que sé. Quisiera saber sobre qué
les he oído discutiendo, pero supongo que ya me enteraré si me tengo que
enterar. Cuando consigo devolver la
prenda de Ismael a su percha, la canción ya ha cambiado, y salgo enseguida de
su cuarto, preocupada de haberme entretenido demasiado ahí dentro. Espero que
no piense que le estaba fisgoneando las cosas, por el amor de dios.
-¿Conoces a Aretha Franklin? –me pregunta Ismael, sin dejar de
tocar.
-¿La debería conocer? ¿Es del edificio? –contesto inocentemente. A
lo que siguen una serie de carcajadas por su parte, y yo que no entiendo nada,
me quedo de pie enojada. ¿Pero que he dicho que hace tanta gracia?
-Veo que no, no pasa nada. Escúchala algún día si te acuerdas.
Por el comentario que acaba de hacer, deduzco que es una cantante,
y me pongo roja por haber dicho lo del edificio. Menos mal que no me ve. Durante la siguiente hora y casi media
hablamos de música, y él me cuenta qué planes tiene para más adelante. Cuando
noto que me voy a quedar dormida en el sofá, me disculpo y me subo para arriba.
-Buenas noches Ismael. A saber que has pedido… -me digo a mi misma
antes de caer redonda en mi cama, para ponerme al fin a dormir.
No hay comentarios:
Publicar un comentario