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Sara

viernes, 14 de septiembre de 2012

Seremos efímeros /PARTE 2


Miro la pintura desconchada del suelo. Pedazos de escamas aquí y allá. Pedazos de cielo rojo allí y acá. Soy otro trozo de pintura suelta. Otra luz que se muere entre las nubes. Un último rayo de sol granate. Cierro los ojos hasta que me hago daño, y solo veo tierra húmeda. Unos huesos creando raíces que sangran. Unos pequeños gusanos que agujerean el blanco sucio. Plantas que crecen a través saliendo a la superficie, mientras ese cuerpo muerto queda escondido bajo la tierra. Llueve sobre la planta, y pasa el invierno. La primavera florece y nuevos colores se alzan abriéndose camino, por los huesos roídos por los bichos ciegos del barro.  Los niños pisotean la hierba durante años, donde han ido desapareciendo los huesos, que eran troncos marfil reducidos a polvo, mes tras mes. Ya nadie se acuerda. Nadie sabe que han estado ahí. Que eran. Nada. Desaparecen. Para siempre.

Dejo escapar un grito ahogado que no se atreve a salir de mí.

-¿Alma? –pregunta alarmado Ismael, girándose hacia donde sabe que estoy.

Desaparecen. Desaparecen. Para siempre. Desaparecen para siempre. Nadie sabe qué has estado ahí.  Quien eras. Nada. Para siempre.

Alma. Alma. Alma. ¡Alma!

No llores Alma.

No llores. No llores, Alma.

Unas manos me levantan el rostro y una voz me suplica. No llores. No llores. Alma…

Abro los ojos. La boca me sabe a sal. Ismael está agachado delante de mí. No llores.

-Shh, tranquila…

Me siento estúpida. Y pequeña. Pequeña.

-No quiero desaparecer.

-No digas tonterías, no desapareceremos. Tenemos toda una eternidad por delante para conseguirlo.

Calma.

-Seremos efímeros. Como nada.

-Podemos ser eternos, Alma.

No le creo. Igualmente, pregunto.

-¿Entonces tenemos toda la eternidad?

-Absolutamente.

Y me echo a reír. Reír. La luna ocupa el lugar del sol, y la noche va cayendo.

-No te creo.

-Ya lo verás.

Vuelve a sentarse al lado. Yo vuelvo a respirar con sosiego. La tierra y los huesos desaparecen. Cierro los ojos hasta que me hago daño. No veo nada. Me asusto un instante. Sigo sumergida en la nada.

-Despierta… ya es tarde. –le oigo.

Bajamos hasta su piso y me despido de él en cuanto entra. Subo a mi casa, y me voy directa a la cama. Estoy agotada por alguna razón inexplicable. Bebé Ramón empieza a llorar. No me importa. Estoy demasiado cansada. Tengo hambre. Pero no importa. Estoy demasiado cansada. Duermo, y, color rojo.

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