Miro la pintura desconchada del
suelo. Pedazos de escamas aquí y allá. Pedazos de cielo rojo allí y acá. Soy
otro trozo de pintura suelta. Otra luz que se muere entre las nubes. Un último
rayo de sol granate. Cierro los ojos hasta que me hago daño, y solo veo tierra
húmeda. Unos huesos creando raíces que sangran. Unos pequeños gusanos que
agujerean el blanco sucio. Plantas que crecen a través saliendo a la
superficie, mientras ese cuerpo muerto queda escondido bajo la tierra. Llueve
sobre la planta, y pasa el invierno. La primavera florece y nuevos colores se
alzan abriéndose camino, por los huesos roídos por los bichos ciegos del barro.
Los niños pisotean la hierba durante
años, donde han ido desapareciendo los huesos, que eran troncos marfil
reducidos a polvo, mes tras mes. Ya nadie se acuerda. Nadie sabe que han estado
ahí. Que eran. Nada. Desaparecen. Para siempre.
Dejo escapar un grito ahogado que
no se atreve a salir de mí.
-¿Alma? –pregunta alarmado Ismael,
girándose hacia donde sabe que estoy.
Desaparecen. Desaparecen. Para
siempre. Desaparecen para siempre. Nadie sabe qué has estado ahí. Quien eras. Nada. Para siempre.
Alma. Alma. Alma. ¡Alma!
No llores Alma.
No llores. No llores, Alma.
Unas manos me levantan el rostro
y una voz me suplica. No llores. No llores. Alma…
Abro los ojos. La boca me sabe a
sal. Ismael está agachado delante de mí. No llores.
-Shh, tranquila…
Me siento estúpida. Y pequeña.
Pequeña.
-No quiero desaparecer.
-No digas tonterías, no
desapareceremos. Tenemos toda una eternidad por delante para conseguirlo.
Calma.
-Seremos efímeros. Como nada.
-Podemos ser eternos, Alma.
No le creo. Igualmente, pregunto.
-¿Entonces tenemos toda la
eternidad?
-Absolutamente.
Y me echo a reír. Reír. La luna
ocupa el lugar del sol, y la noche va cayendo.
-No te creo.
-Ya lo verás.
Vuelve a sentarse al lado. Yo vuelvo a
respirar con sosiego. La tierra y los huesos desaparecen. Cierro los ojos hasta
que me hago daño. No veo nada. Me asusto un instante. Sigo sumergida en la
nada.
-Despierta… ya es tarde. –le oigo.
Bajamos hasta su piso y me despido de
él en cuanto entra. Subo a mi casa, y me voy directa a la cama. Estoy agotada
por alguna razón inexplicable. Bebé Ramón empieza a llorar. No me importa.
Estoy demasiado cansada. Tengo hambre. Pero no importa. Estoy demasiado
cansada. Duermo, y, color rojo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario