¡ATENCIÓN!
Este blog se lee desde la primera entrada publicada hasta la más reciente, ya que es una historia contínua.
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Pese a la inactividad de algunas ocasiones, el blog no estará cerrado al menos que se anuncie su finalización.
Un saludo,
Sara

martes, 23 de octubre de 2012

Elisabeth /PARTE 3


-Al menos el café no estaba ardiendo. Me lo han servido muy frío. ¡No vuelvo a esa cafetería! Si tengo que salir del edificio lo haré. –estaba susurrándome Elisabeth.
-Sí, menos mal que no estaba ardiendo… -le contesté en el mismo tono.

-Oye mira, ahí está Julio. ¡Julio! ¡Aquí! –dijo ella elevando la voz.

La señora que estaba junto al piano se giró y miró a mi amiga con una cara de reproche que la hizo callar y acercarse aún más a mí para decirme al oído 'la mala leche parecía tener aquella'.
-Tía, es que no se puede gritar. –le dije, haciendo que comprendiera que la mujer tenía razón.

-Bueno, da igual. Ahí está Julio, ahora te lo presento.

Miré a Elisabeth yendo hacia una de las sillas que había en la sala. La vi coger por atrás la silla, y traerla hacia la puerta, hacia donde yo estaba. Ahí fue cuando me di cuenta de que era una silla de ruedas.
-Julio, Alma. Alma, Julio. –nos presentó.

-Oh. Encantada, Julio. –estuve indecisa sobre si acacharme a darle dos besos o quedarme quieta, cuando él alargo la mano.

-Lo mismo digo, Alma.

Elisabeth insistió en salir de aquel lugar, ya que la mujer ‘no le daba buen agüero’. Así que dejamos a solas a Ismael, esperando a que acabase. Yo ya le había dicho a la ‘mujer de mal agüero’ que le avisase de que estaba allí. Los tres empezamos a charlar sobre cualquier cosa; bueno, en realidad Elisabeth hablaba, yo decía alguna frase, y Julio permanecía callado. Así estaba la cosa hasta que él pregunto cuánto nos llevábamos.
-Seis años. –contestó enseguida Elisabeth.

-Cinco. –la corregí yo.

-¿Cómo que cinco? Yo ahora tengo veintiún, querida.

-Y yo ahora voy a cumplir dieciséis, querida. –le contesté imitándola.

-Paz chicas, paz. –cortó Julio, que dejó a Elisabeth en el aire contando con los dedos y pensando en las fechas de aniversario.
-¿Y tu novio? –volvió a preguntar él.

-Diecinueve. –contesté sin pensarlo.
Elisabeth dejó las manos flotando y me miró con los ojos abiertos. Estaba abriendo la boca para empezar a preguntarme todo tipo de cosas, cuando reparé en lo que yo había contestado, y lo que Julio había preguntado.

-¡No! Digo, no estamos juntos. Es un amigo. No sé porqué he dicho eso. –dije mientras notaba que el color me subía a las mejillas.

Elisabeth /PARTE 2


-Entonces, ¿me decías que tocabas el…? –preguntó ella mientras sorbía el café que ya tenía por la mitad.
-En realidad, yo no toco nada. Estoy aquí acompañando a un amigo. –repuse.

-Ah, entiendo. ¡Igual que yo! No me ha pegado a mi por tocar ahora ni la flauta, ni la guitarra, ni el violín ni nada… ¡acompañando a un amigo estoy aquí! Qué cosas Alma, que cosas. –seguidamente se me inclinó hacia mí y me abrazó.
-¡Elisabeth! ¡Ah! –grité.

-¿Qué pasa? Hace tiempo que no nos vemos, ¡no te pongas así chica! –y empezó a reírse, sin darse cuenta de lo que de verdad pasaba.
-¡Elisabeth! Me has tirado el café encima.

-Oh. Es verdad. Lo siento, lo siento. ¡Qué tonta! Y me he quedado sin café y todo…  bueno, vamos al servicio haber si te quitamos un poco la mancha de la camiseta.
Las dos nos levantamos, y salimos de la cafetería, dirección servicios de señoras. Entramos, y delante del espejo intentamos que saliera el rastro de café que me había dejado el abrazo de mi amiga. Misión fallida, ahí continuaba la mancha, y mi camiseta sufría la expansión del agua.

-Ay, lo siento Alma… ahora estás mojada. –me repetía Elisabeth.

-No te preocupes, si ya me iba… -decía yo, intentando quitarle importancia.

-Espera, quítate la camiseta, la vamos a secar con el secador este de manos.
Aunque desconfiaba del secador de manos, lo hice, ya que no quería acabar congelada y no me quedaba otra. Así estuvimos entretenidas un par de minutos, secando la camiseta, aunque no conseguimos lavarla del todo.

-Bueno, se ha hecho lo que se ha podido. Además, ya es tarde, si me acompañas a buscar a Ismael, te lo presento y así me puedo ir.
-Encantada de la vida. ¿Qué instrumento toca?

-El piano. ¿Vamos, entonces?
Fuimos a un ala de donde se escapaban las notas de un piano que corría. Entramos. Era una sala mediana, que de primeras me recordó a un mini-auditorio . El piano estaba situado al fondo, y había sillas dispersas por aquí y por allá. Una mujer mayor, bien vestida, estaba de pie al lado del instrumento. Al lado de Ismael, que era quien lo hacía sonar.

martes, 16 de octubre de 2012

Elisabeth /PARTE 1


Estaba sentada en la cafetería, un poco muerta de sueño, ya que me había acostumbrado a levantarme muy tarde todos los días en verano. Eran las once de la mañana, pero eso no era nada comparado con levantarse a las siete, costumbre que había tenido que retomar con el inicio de las clases. De nuevo el día me sorprendía más oscuro, y el tiempo era totalmente inestable. Hacía unas semanas que había empezado el curso, y con tantos deberes y tanto estudiar no había visto a Ismael apenas. Me había pasado las tardes libres con Raquel y las demás, que aunque en verano nos habíamos visto bastante, ahora nos habíamos vuelto a unir más. Así que ahí estaba, despierta a las once, tomándome un zumo en la cafetería del conservatorio de música. No hace falta decir que estaba allí con Ismael. Me había pedido que lo acompañara y yo accedí.

El zumo me lo había llevado sin pagar, así que ahora pasaba por la barra a dejar mis cinco euros (también me había tomado un croissant) cuando me di cuenta de que tan solo llevaba dos monedas de un céntimo en el monedero. Me dio una vergüenza increíble tener que prometerle al camarero que estaba segura de que tenía más en el bolso, donde rebusqué poniéndome roja, cuando el chico me anunció que dejará de buscar. Levanté la vista preparada para agradecerle los cinco euros que me había pasado por alto, cuando lo vi ya de espaldas, volviendo a sus faenas, mientras un par de ojos verdes aparecieron delante de mí por sorpresa, haciendo que me llevara un susto.

-¡Alma! –Exclamó ella- no esperaba encontrarte por aquí. ¿Ahora tocas algo? Bueno, bueno, cuánto tiempo. ¿Nos sentamos? Como pasa todo… ¿un año, o más? Ahora no sé. Bien, ven a mi mesa.

Aún estaba exaltada por aquel encuentro. Elisabeth era una chica resuelta, la conocía de toda la vida, pero hacía por lo menos un año, como ella había dicho que no la veía. Era una chica igual de alta (o de baja, según se mire) que yo, con melena morena y unos ojos que le enmarcaban toda la cara, verdes. Nada más pagó la cuenta, me asió del brazo y me llevó rápidamente hacia la mesa donde se sentaba.

viernes, 28 de septiembre de 2012

Neón /PARTE 1


Un largo pasillo. Oscuro como la noche, y es de noche. Creo que es de noche. Puedo asegurar que es de noche… en realidad no lo sé. Vivo sin día, y no respiro mientras voy como sonámbula recorriendo las tinieblas. No sé quien soy ni donde estoy. Intento ver algo, pero no sé si mis ojos están cerrados o ciegos. Ciego avanzando, y parece no tener fin. Avanzo, avanzo. Una luz roja. Inundada de esperanza camino hacia ella, años, años parecen que pasan mientras doy un paso hacia delante y otro más. Una línea recta, una luz que me da un destino que seguir. Me giro y no hay nada, tengo miedo de mis propias pisadas, unas huellas que se han evaporado en la nada. Corro, corro hacia el rojo. Cada segundo pasa como una década y cuando llego, me siento cansada, muy cansada. Un cartel de neón crea un círculo de luz alrededor de una puerta negra. Miro en busca de letras de rojas, pero no las encuentro. Si pone algo, no lo puedo ver.
Mi mente me grita que siga hacia delante, que abandone la aureola carmesí, mal, no entres, mal. Vete, sigue en las sombras, sigue hacia adelante. Tiene que haber algo, sigue, no entres, sigue recta, no te desvíes, mal. Sigue gritándome, sigue pidiéndome que me vaya, la voz de mi cabeza pasa de los gritos a los lamentos, cada vez la oigo más lejos mientras una imagen aparece constantemente en mi mente. Me toco el cuello, encuentro una llave atada a una cadena que no recordaba llevar. Me paso la cadena por la cabeza y sostengo la llave en las manos. Me acerco a la puerta y la abro. Se abre sola, prácticamente. La cadena cae rendida al suelo y queda ahí, entro. La luz de neón se va apagando lentamente y la puerta se cierra de golpe detrás de mí. No me importa. Me encuentro en una nada, tan vacía como la anterior, pero hay algo que me llena completamente. Una voz, y no es mi cabeza. Me llama, llama mi nombre, aunque yo no sé cómo me llamo. Yo no sé donde estoy, yo no sé quién soy. Solo sé que la voz me apremia, me instiga, se hace casi insoportable. Vives muerta. Vives muerta. Vives muerta, me dice. No tengo miedo, sé que no tengo miedo, no tengo por qué tenerle miedo, es el susurro de las esquinas, de los rincones en penumbra, de las manchas de sangre,  de las palabras rotas.

No es una voz, son miles.

sábado, 15 de septiembre de 2012

Febrero


Ayer perdí los papeles por unas palabras que dijo Ismael, inocentemente. Iba a perderlos de un momento a otro, lo que me dijo Raquel me estaba comiendo la cabeza. No sé porque tuvo que decirme nada, seguramente no es eso. Bien, hace tres días, me llamó Raquel por la noche y quedamos para el día siguiente. Hace dos días me presenté en su casa con lo que me había pedido. Toqué al timbre un par de veces, y nadie me abría. Me empecé a impacientar, iba a llamarla al móvil cuando apareció en el portal. El alma se me cayó a los pies, estaba llorando.

-¡Raquel! ¿Qué ha pasado? –dije asustada.

Entre lloros y sorbos de nariz me hizo pasar y me abrazó desconsolada. La aparté un poco de mí para poder verle la cara, y le volví a repetir lo mismo.

-¿Qué ha pasado?

-Alma… yo, él. ¡No me lo puedo creer! Es tan… -y volvió a romper a llorar.

-Tranquila… cuéntamelo. Vamos, sentémonos.

La lleve a rastras por su propia casa y nos sentamos las dos en el sofá del salón. Después de un rato conseguí que se tranquilizara.

-Ha muerto, Alma. ¡No me lo puedo creer! Se fue…

-¿Quién? –pregunte esperándome lo peor.

-¡Febrero! Se ha ido…

¿Febrero? ¿Qué clase de nombre era Febrero? Enseguida me vino a la mente un par de ojos amarillos cerrándose y abriéndose. Negro como él mismo. Lo había ignorado desde aquella primera vez que le vi, por si acaso, no me atraía la compañía de un gato tan oscuro y escurridizo.

-Ay Raquel… tu gato. Lo siento muchísimo.

Raquel tenía doce gatos, bueno, ahora once. Enero, Febrero, Marzo, Abril, Mayo, Junio, Julio, Agosto, Septiembre, Octubre, Diciembre y Lobo. Nunca supe de la existencia de un Noviembre. Simplemente ella se había saltado ese mes, como quien pasa por alto un anuncio en un tablón que nunca leerá. Así de insignificante. Siempre me había intrigado bastante, pero cuando le pregunté por ello, un invierno hace un par de años, simplemente me contestó: ‘¿Noviembre? ¿Y para que voy a querer yo un gato que se llame Noviembre? Es ridículo.’ No creí necesario hacerle la observación de que tenía doce gatos, once de los cuales tenían nombres de meses del año, y el que faltaba, se llamaba Lobo, porque según ella, tenía una dentadura lobuna. Por supuesto que no tenía a los doce gatos en casa. Aunque ella vivía en una casa bastante grande, seguía viviendo dentro de un pueblo, y tantos animales correteando aquí y allá no le hacía mucha gracia a sus padres. Se los cuidaban sus abuelos, que vivían en el campo. Cada fin de semana iba a ver a sus abuelos y a su montonazo de gatos. Nunca entenderé su pasión por los bichos en general. Grandes y pequeños. Animales a cuatro patas con vista en blanco y negro.

-Me acaba de llamar mi abuela para darme la noticia… -y se puso a llorar de nuevo.

Me temo que el año que viene Raquel va a estar de luto todo el mes de febrero, me lo veo venir. Pobre Raquel…

viernes, 14 de septiembre de 2012

Seremos efímeros /PARTE 2


Miro la pintura desconchada del suelo. Pedazos de escamas aquí y allá. Pedazos de cielo rojo allí y acá. Soy otro trozo de pintura suelta. Otra luz que se muere entre las nubes. Un último rayo de sol granate. Cierro los ojos hasta que me hago daño, y solo veo tierra húmeda. Unos huesos creando raíces que sangran. Unos pequeños gusanos que agujerean el blanco sucio. Plantas que crecen a través saliendo a la superficie, mientras ese cuerpo muerto queda escondido bajo la tierra. Llueve sobre la planta, y pasa el invierno. La primavera florece y nuevos colores se alzan abriéndose camino, por los huesos roídos por los bichos ciegos del barro.  Los niños pisotean la hierba durante años, donde han ido desapareciendo los huesos, que eran troncos marfil reducidos a polvo, mes tras mes. Ya nadie se acuerda. Nadie sabe que han estado ahí. Que eran. Nada. Desaparecen. Para siempre.

Dejo escapar un grito ahogado que no se atreve a salir de mí.

-¿Alma? –pregunta alarmado Ismael, girándose hacia donde sabe que estoy.

Desaparecen. Desaparecen. Para siempre. Desaparecen para siempre. Nadie sabe qué has estado ahí.  Quien eras. Nada. Para siempre.

Alma. Alma. Alma. ¡Alma!

No llores Alma.

No llores. No llores, Alma.

Unas manos me levantan el rostro y una voz me suplica. No llores. No llores. Alma…

Abro los ojos. La boca me sabe a sal. Ismael está agachado delante de mí. No llores.

-Shh, tranquila…

Me siento estúpida. Y pequeña. Pequeña.

-No quiero desaparecer.

-No digas tonterías, no desapareceremos. Tenemos toda una eternidad por delante para conseguirlo.

Calma.

-Seremos efímeros. Como nada.

-Podemos ser eternos, Alma.

No le creo. Igualmente, pregunto.

-¿Entonces tenemos toda la eternidad?

-Absolutamente.

Y me echo a reír. Reír. La luna ocupa el lugar del sol, y la noche va cayendo.

-No te creo.

-Ya lo verás.

Vuelve a sentarse al lado. Yo vuelvo a respirar con sosiego. La tierra y los huesos desaparecen. Cierro los ojos hasta que me hago daño. No veo nada. Me asusto un instante. Sigo sumergida en la nada.

-Despierta… ya es tarde. –le oigo.

Bajamos hasta su piso y me despido de él en cuanto entra. Subo a mi casa, y me voy directa a la cama. Estoy agotada por alguna razón inexplicable. Bebé Ramón empieza a llorar. No me importa. Estoy demasiado cansada. Tengo hambre. Pero no importa. Estoy demasiado cansada. Duermo, y, color rojo.

martes, 11 de septiembre de 2012

Seremos efímeros /PARTE 1


-Seremos tierra algún día.

-Que profundo, chico. –le digo a Ismael.

Ismael me ha dicho hoy de subir a la terraza del edificio. Yo a veces subo, cuando me aburro de estar en casa pero tampoco tengo ganas de salir a la calle. La terraza consta básicamente de: nada. Un lugar tan ancho y largo como lo es la finca, con el suelo pintado de rojo y un muro de cemento (pintado de rojo también) alrededor de todo para que no se mate nadie.

Es por la tarde. Como si fuese magia, todo el calor de los últimos meses parece que se ha esfumado en un abrir y cerrar de ojos. El sol se va escondiendo a lo lejos, reptando por los altos tejados que despuntan aquí y allá. Es tarde por la tarde. Más tarde-noche que tarde-tarde. Para que quede claro. Los dos estamos sentados en el suelo, con la espalda pegada al muro que se ha convertido en un respaldo frío y rugoso. Yo estoy  con las piernas cruzadas, Ismael está estirado, y los dos tenemos la vista fija al frente. Un atardecer rosado cubre el cielo en poco rato.

-Bueno, es verdad. –me contesta él. Yo ya había olvidado lo que le había dicho. Me había quedado absorta con la caída de la luz.

-No sé yo. Si te incineran y te guardan en una urna en la repisa de la chimenea, ¿Qué?

-Algún día se morirán también los que te guardaban en esa urna, y ya nadie se querrá hacer cargo de tus cenizas. Lo más lógico es que las repartieran por ahí. Entonces...

-Entonces seríamos tierra algún día. Si, lo pillo. Que positivo.

-Yo siempre querré tener la razón, acostúmbrate. Es más, la tendré. Soy así de inteligente.

-Lo que eres es un egocéntrico, chaval. –le contesto con ironía.

Agacho la cabeza y me aprieto la coleta. Cuando levanto los ojos, en el horizonte solo se ve una fina línea de luz que va retrocediendo.

-Si todos seremos tierra algún día, significa que todos moriremos algún día.

-Elemental, querido Watson. –me dice Ismael dándome la razón. Faltaría más.

-No te rías. ¿No te asusta desaparecer?

-No desaparecemos, Alma. Morimos. –replica.

-Oh, mucho más bonito. –suelto con sarcasmo.

-Pues mucho más bonito, sí que es. ¿Piensas desaparecer? Yo no lo haré.

-Guay, pues suerte con lo tuyo y que te vaya bien.

viernes, 7 de septiembre de 2012

Quinientas treinta notas de Ismael.


Cuando se marchó Alma, me quedé una vez más solo en casa. Me sentía un poco vacío. Des de que la conozco es la única que viene a hacerme compañía.  Era agradable tener a alguien con quien poder hablar, además era mejor tener a alguien feliz con quien hablar, no como el resto de la gente que hablaba conmigo mientras piensa todo el rato ‘pobre chico, es ciego’. Todo el rato. Se les nota en la voz. De veras. Ella era más pequeña, por eso a veces se le olvidaba que estaba con alguien que no puede ver, y tan poco parecía que le importase mientras me hablaba, así que a mí me importaba menos si estábamos los dos. Si alguien piensa que volver a la realidad es complicado, se equivoca. La realidad es que soy una persona como otra cualquiera. Para llenar un espacio desierto de tiempo empecé a tocar el piano. Se me ocurrió tocar ‘Think’, pero se me fueron las ganas en seguida, y empecé con una de las miles de millones de melodías lentas que me sabía.

Después de un rato, salí al balcón para que me diese un poco el aire. Imaginé las estrellas caer. Casi llegué a pensar que las sentía cuando eran lágrimas las que llovían. Era una noche silenciosa y apagada. Hacía frío, la verdad. No entendí el porqué de aquellas lágrimas. La ceguera, las estrellas, vacío... Pero me erguí, y dejé de llorar, para volver a la normalidad.  Era cierto que tenía cuatro años más, y por supuesto no era amor. Era seguridad. Una chica tan resuelta y desinteresada me inspiraba protección. Ella no, si no el hecho de que alguien aquí pudiera pasar por alto al menos unos momentos mi condición. Porque no era el fin del mundo. Era el fin del mundo que antes vivía, pero no había cambiado todo. Intentaba mostrarme indiferente la mayoría de las veces, o por lo menos fuerte, pero tristemente no era así, muchas otras veces.

No creía en las estrellas fugaces, pero aún así, aquel día pedí a una que Alma, que una mano amiga,  no soltase mi mano nunca más.

Decidí entrar de nuevo, y ponerme a tocar otra vez. Estaba haciéndolo cuando el teléfono sonó. No sabía la hora que era, pero era muy tarde. Me asuste un poco al pensar lo que podía ser.

-¿Dígame?

-Oye, al final volveré a mi idea principal sobre que eres un psicópata que no quiere dejar dormir para asesinar.  –me contestaron al otro lado de la línea.

-¿Alma? –repuse extrañado.

-No, tu abuela. –Me soltó sarcástica-  Enserio, deja de tocar, porfavooor, que me muero de sueño.  Deberías irte a la cama como yo. Tanto sueño…

-Tienes razón, se me olvida a veces que me oyes. Buenas noches Alma. –estuve esperando un ‘buenas noches’ suyo unos diez segundos antes de darme cuenta de que se había dormido.

Me quedé unos segundos más oyendo como respiraba y colgué. Me sonreí. Ella tenía razón, yo también necesitaba descansar un poco. Le di las buenas noches a la nada antes de meterme en la cama, y enseguida caí redondo. Tanto sueño… realmente. El fin de un día sencillo.

lunes, 3 de septiembre de 2012

Lluvia negra /PARTE 5


-¿Qué has pedido? –le pregunto.

-Ah… Sí te lo dijera, te tendría que matar.

-Vale vale, prefiero que no me  lo digas.

-Además, no se cumpliría.

-¡Aha! ¡Así que si qué crees!

-No te emociones, solo digo que ya que pido un deseo, lo pido bien, ¿no? –me dice divertido. –Y tú, ¿qué has pedido?

-Si claro, estás tú que te lo digo. –Me giro y le veo con la mirada al frente (sin ver) –Ha sido bonita la lluvia de estrellas, te lo prometo. –aseguro.

-Me fiaré de ti, Alma. Yo por mucho que llueva agua, sapos o estrellas, lo veo negro.

Y ese silencio pesado de quien suelta una verdad que nadie quería oír y quien no sabe que responder, cae como una pared invisible entre los dos. Me sabe mal haber dicho nada, tampoco lo decía para mal. Si hace cinco minutos hacía frío, ahora más. Quiero decirle a Ismael que entremos, pero él parece que está en otra parte con sus pensamientos, y no me atrevo a soltar palabra.

-Si tienes frío, entramos. ¿Quieres? –me pregunta Ismael sobresaltándome un poco, ya que pensaba que estaba lejos, a saber dónde.

-No, no que va. No pasa nada.

-¡Pero si tienes la nariz congelada! –me suelta él.

-¿Cómo lo sabes? –le pregunto asombrada, y ahora de cara a la puerta preparada para entrar.

-Me lo acabas de admitir. Va, entremos, que empieza a refrescar.

¡A refrescar! ¡Já! A refrescar dice… que empieza ahora, además. Y yo como una momia muriéndome de frío desde hace rato. Anda ya. Espero no haberme vuelto a constipar. Oh, por favor otra vez no.  

-¡No me puedo creer que haga este tiempo en agosto!

-Bueno, ya es como si estuviésemos en septiembre. –me contesta Ismael, mientras cierro la cristalera.

-Voy a dejarte la chaqueta en el cuarto. Ahora vuelvo.

A punto de colgar la chaqueta oigo que el piano de Ismael empieza a sonar. Ni dos segundos ha podido estar separado de él. Yo pronto empezaré el curso, no sé qué es lo que hará él. En otro momento se lo preguntaré, esta noche no tengo ganas. Pensando en estas cosas me doy cuenta de que ya debe de ser bastante tarde, y me toco los bolsillos de mis pantalones para comprobar que tengo la llave de casa ahí. Cuando suba tendré que intentar no hacer mucho ruido, mis padres estarán durmiendo. Me sorprende que a ellos no les sorprenda que sea amiga de Ismael. O a lo mejor sí. Yo que sé. Quisiera saber sobre qué les he oído discutiendo, pero supongo que ya me enteraré si me tengo que enterar.  Cuando consigo devolver la prenda de Ismael a su percha, la canción ya ha cambiado, y salgo enseguida de su cuarto, preocupada de haberme entretenido demasiado ahí dentro. Espero que no piense que le estaba fisgoneando las cosas, por el amor de dios.

-¿Conoces a Aretha Franklin? –me pregunta Ismael, sin dejar de tocar.

-¿La debería conocer? ¿Es del edificio? –contesto inocentemente. A lo que siguen una serie de carcajadas por su parte, y yo que no entiendo nada, me quedo de pie enojada. ¿Pero que he dicho que hace tanta gracia?

-Veo que no, no pasa nada. Escúchala algún día si te acuerdas.

Por el comentario que acaba de hacer, deduzco que es una cantante, y me pongo roja por haber dicho lo del edificio. Menos mal que no me ve.  Durante la siguiente hora y casi media hablamos de música, y él me cuenta qué planes tiene para más adelante. Cuando noto que me voy a quedar dormida en el sofá, me disculpo y me subo para arriba.

-Buenas noches Ismael. A saber que has pedido… -me digo a mi misma antes de caer redonda en mi cama, para ponerme al fin a dormir.

viernes, 31 de agosto de 2012

Lluvia negra /PARTE 4


 

El cielo negro está lleno de intermitentes lucecitas que empiezan a caer. Una y otra y otra, y entre cada pestañeo me pierdo decenas de ellas.

-¡Ismael! ¡Estrellas!

-¿Cómo?

-Estrellas fugaces… madre mía, no me lo puedo creer. ¡Hoy que estaba pensando en ellas!

-¿De verdad hay estrellas fugaces? –se ríe Ismael. Se ve que se lo esperaba aún menos que yo.

-Te prometo que no te estoy tomando el pelo. ¡Qué fuerte!

Estoy eufórica. ¡Hoy! ¡Justamente hoy! Y ahora. Me abrocho la chaqueta hasta el cuello. Cada vez hace más frío. Miro una estrella fijamente (intentándola no perder de vista) y cierro los ojos. Pido mi deseo, y ya veremos si se cumple.

-Me gustaría que pudieses pedirles deseos tú también. –estoy diciéndole a Ismael cuando él abre la boca para protestar, y sabiendo lo que me va a decir, le corto. –Ey, calla. Aunque no creas en eso, estaría bien, ¿vale?

Un viento salido de la nada empieza a soplar. Le pregunto a Ismael si él no tiene frío y me lo niega. Seguro que es mentira, pero que se congele si quiere, es cosa suya.

Ismael se acerca a mí y me da un toque con un dedo en el brazo. Me quedo extrañada mirándole.

-¿Qué haces? –le pregunto divertida.

Veo como su mano flota un momento en el aire y en dos segundos me coge de la mano. Sorprendida no, lo siguiente, me quedo con la boca abierta.

-¿Qué haces? –le vuelvo a preguntar, casi en un susurro.

-Ah. –y empieza a reírse, y me confundo aún más. –Tranquila, solo quiero que me ayudes a pedir un deseo. ¿No habías dicho que te gustaría?

-Eh, si, vale, ¿Qué?

-Elige una estrella por mí. Mírala, fíjate en ella, y cuando cierres los ojos, apriétame la mano y yo pediré el deseo. ¿Qué te parece?

-Extraño.

-¿Preparada?

-Sí. Allá va tu estrella.

Elijo una estrella, la que tiene más luz ahora mismo, y sigo su trayectoria. Cuando veo que se va cayendo, cierro los ojos y al mismo instante aprieto la mano de Ismael con fuerza. Cuento para mí uno, dos, tres, cuatro y hasta cinco segundos antes de que él me suelte.

jueves, 30 de agosto de 2012

Lluvia negra /PARTE 3


-¿Qué miras? –me pregunta Ismael, sin dejar que la canción pare.

-Ah, nada, espero a que caiga alguna estrella fugaz.

-¿Crees realmente que va a caer una?

La verdad es que tengo pocas esperanzas de que pase, pero eso no se lo digo a él. En cambio me callo y sigo mirando. Me acerco a la cristalera y la abro.

-¿Puedo salir al balcón? –le pregunto.

-Sí, claro.

Me quedo allí de pie apoyada en la barandilla de hierro, mirando a la nada. El tiempo asfixiante de esta mañana parece que se ha dado a la fuga. Podría decir que hasta refresca un poco. Es más, tengo algo de frío.

-Oye, hace frío, ¿no?

-Sí, iba a decirte que si quieres coger una chaqueta mía o algo. Ya sabes dónde está mi habitación, ¿no? –me contesta Ismael.

-Eh, gracias.

Voy a su habitación y abro el armario. Hace poco que conozco a una persona y ya le abro el armario para cogerle algo. Me parece muy extraño. La última vez que estuve en la habitación no la miré muy bien, ya que estaba un poco despistada y no sabía ni donde estaba. Doy un vistazo rápido y veo que todo está pulcramente ordenado. Solo hay una mesita de noche con un vaso de agua, la cama, una alfombra que lo ocupa todo y el armario. Bueno, y otra puerta al fondo, que supongo que será un baño particular, pero no voy a ir a abrirla. Mirando las perchas delante de mí, caigo en la cuenta que me ponga lo que me ponga pareceré algo raro. Le cojo una chaqueta negra bastante básica y me la pongo. Realmente, me serviría de vestido. Salgo de la habitación mientras me quito la capucha de dentro. Vuelvo a mi puesto de vigía en el balcón.

-¿Has encontrado algo que te venga bien? –escucho a Ismael preguntarme desde su puesto en el piano.

-He encontrado algo calentito, con eso me conformo.

De repente algo llama mi atención allá fuera. No sé que ha sido, hasta que vuelve a aparecer y casi no me lo creo.

 -¡Ismael! ¡Ismael ven aquí! ¡Rápido!

-¿Qué pasa? ¿Estás bien Alma? –me pregunta alarmado mientras deja al piano y viene a mi lado.

 

 

martes, 28 de agosto de 2012

Lluvia negra /PARTE 2


Mi padre no ha hablado en toda la cena, y mi madre no ha parado de hacerlo. Me sería más fácil olvidar que los he oído discutiendo si no pareciese que se esforzaran tanto en estar bien. Mi madre, al menos. Después de recoger la mesa y pasarme al menos quince minutos mirando el reloj, decido bajar a ver a Ismael. Ya son las diez, y como quedamos, ya estoy en el piso de Ismael.

Estamos hablando mientras él toca el piano.

 

-¿Te importa que no hable? Quiero escuchar lo que tocas. –le digo, y se le alegra la cara.

 

-Pero no te duermas, ¿vale?

 

-Prometido.

 

Empiezo a pensar en esta tarde pasada, y recuerdo la tontería de la escalera. Se me ocurre preguntarle, aunque sigue pareciéndome una tontería, que quede claro.

 

-¿Si paso por debajo de una escalera, me puedo morir?

 

-Oh, claro. –me dice Ismael.

 

-Hablo enserio, ¿vale?

 

-Yo también. Es más, yo un día pasé por debajo de una escalera, y me tuve que morir, porque si no, no, ¿eh?

 

-Vale, te estás burlando de mí. –vamos, no creo que sea un muerto viviente.

 

-No creo en la mala suerte, Alma. –y continua con un: -Las cosas pasan. Y no pasan porque un gato negro se cruce en tu camino, ni porque rompas un espejo.

 

-¿Las cosas pasan? -¿será que cree en el destino o algo así?

 

-Las cosas pasan, no porque tengan que pasar, si no porque algo las provoca. –me contesta, aclarándome que no cree en el destino.

 

-Bueno, ya se verá. Vamos, que ya, que bueno, tú me entiendes. –no me entiendo ni yo, pero bien.

 

Ismael sigue tocando el piano y yo me distraigo mirando por la cristalera que es la puerta del balcón. De pequeña, todas las noches de Agosto, miraba el cielo, para ver cuál era el día en que se podían ver estrellas fugaces. Sigo mirando la negrura de fuera mientras oigo las notas de fondo. Realmente, no creo que la suerte exista, pero por si acaso, si encuentro un trébol de cuatro hojas, lo recogeré. Si encuentro una pata de conejo, casi mejor que la dejaré donde está. Y el día que mi horóscopo acierte dos de tres cosas que diga, aprenderé a hacer barcos de papel.

domingo, 26 de agosto de 2012

Lluvia negra /PARTE 1


Pasaré por debajo de la escalera. Pasaré por debajo de la escalera. Pasaré por debajo de la escalera. Pasaré por… oh, ahí está la escalera. Y me hecho a un lado. Sigo caminando y dejo la escalera a mi derecha. Tendría que haber pasado por debajo, la mala suerte no existe. Pero por si acaso… tonterías. Tengo que llegar a casa antes de que suenen las campanadas de nuevo. Empiezo a correr deprisa, no quiero llegar tarde. Cenaré y me iré a ver a Ismael. Sí, eso haré. Ya estoy casi en mi portal, cuando me suena el móvil. Veo que es de Raquel y me digo que ya la llamaré cuando tenga tiempo. Ya estoy aquí, subo tres plantas lo más rápido posible y cuando voy a abrir la puerta de casa oigo que mis padres están discutiendo.

-¡Pero Mercedes! Se lo tenemos que decir, tiene que saberlo cuanto antes mejor. –le está diciendo mi padre a mi madre.

-No, no. Miguel, espera un poco, tengo que pensarlo. ¡Tenemos que pensarlo! No sé si… -estaba diciendo mi madre cuando de repente mi móvil empieza a sonar al otro lado de la puerta. Los dos se callan y yo contesto a  la llamada al mismo tiempo que ellos abren la puerta.

-Eh, si, ¿Raquel? … Vale, pues mañana. Hoy tengo plan. Aha. Sí, lo llevaré. Vale, adiós. –y cuelgo. –Hola papá, hola mamá. –les saludo como si nada y paso a dentro.

-¿Cómo te ha ido la tarde? –me pregunta mi madre, sonriendo. Mi padre se va a la cocina murmurando a saber qué.

-Bien, bien.  Elena y yo nos hemos pasado la tarde cuidando de su hermana pequeña. –le voy contando mientras voy  a sentarme en la mesa para cenar con mi padre, que ya está ahí.

-¿Raquel no iba también? –me sigue preguntando mi madre.

-Al final no ha venido, porque se le escaparon unos bichos y su madre se los encontró en el armario. Mañana ya la habrán des-castigado. –unos bichos,  si me hiciera eso, yo tiraba a Raquel por la ventana, prometido.

-Bueno, ¿y se ha portado bien la hermanita de Elena?

-Eh, si. Elena me ha agradecido mil veces que la ayudara a cuidar. No se parece nada al bebé del vecino, que hace ruido pero nada más. Puff, su hermana no para de dar vueltas. Esta es una de las veces en que me alegro por ser hija única. –recuerdo a lo revoltosa que es la niña y me pongo a reír.

-Bueno, yo tengo hambre. Voy a cenar. –anuncia mi madre mientras se toca la barriga.

martes, 21 de agosto de 2012

Pompas fúnebres /PARTE 3


Un mar de burbujas inunda rápidamente el cielo. Me quito las gafas y con la mano en la frente miro hacia el sol. Cada pompa encierra al niño que las ha creado. El niño ríe al revés, del derecho y del lado izquierdo. Ríe en azul, en rosa y en verde. Un arcoíris de niños riendo sube hasta las nubes. Eso es lo que me imagino.

Pompas que son espejos, pompas que te encierran dentro. Pompas que ascienden, y en su ascenso explotan y lloran colores. Todo rodeado de redondas pompas de jabón. Alegres pompas. Parecen una escalera de notas en su forma feliz, hasta que desaparecen. Pobres, pobres pompas fúnebres.

Dejo que mi día pase y quede como un recuerdo en una pompa de cristal. Tarde o temprano desaparecerá. Qué más da. Solo era agua y jabón. El niño ríe y ríe.

I open my lungs dear,
I sing this song at funerals... No rush.
These lyrics heard a thousand times, just plush.
A baby boy you've held so tightly, this pain it visits almost nightly.”

-BLACK VEIL BRIDES-
               

Pompas fúnebres /PARTE 2


Veo como el techo va apareciendo delante de mí cada vez que abro los ojos. Abro los ojos y los cierro. Mary tenía un corderito. ¿Qué fue del corderito de Mary? Hacer nada es agotador, así que mi próximo plan es asarme en el balcón. Voy a ello, y en una esquina encuentro la sombrilla de la playa. ¡Sigue viva! Hacía siglos que no la veía. Me acerco a ella y como puedo, la abro. Cojo el cojín de la silla de mimbre que hay aquí y me siento en el suelo, dentro de la sombra que proyecta la sombrilla. Noto que me falta algo, me levanto y voy a por un par de cosas. En menos de lo que canta un gallo ya estoy de nuevo sentada en el cojín. Llevo unas gafas de sol que me cubren como media cara. También me he traído mi amigo del alma, llamado Granizado de Limón. Granizado de Limón solía vivir en el congelador, pero creo que pronto descubrirá el emocionante mundo de mi estómago.  He descubierto, que hasta las rejas de mi terraza improvisada, queman. Más bien, arden. Me asomo a través de ellas. Las hormigas se ve que ya han llegado a su destino. La calle es poco más que dos aceras vacías. Un par de coches que parecen que ni si quiera hayan estado ahí, pasan en un segundo. Ojalá fuese invierno ya. Que pase rápido este verano, por favor por favor. Al verificar que ciertamente, el hormiguero está vacío, saco la cabeza de entre las rejas y continúo sorbiendo a Granizado de Limón. Tranquilidad. Total y completa tranquilidad y calma. Una burbuja pasa por delante de mis gafas y me la quedo mirando. Me viene la imagen de Ismael con gafas de sol. Gafas de sol, un ciego. ¿Por qué no quiere que se le vean ya los ojos? En un segundo se me ocurre que puede que no quiera que yo lo vea así. Pero qué tontería. No se iba a molestar por mí. Además no me importa. Pero ni pensarlo, no es cosa mía. Otra burbuja pasa por aquí. Enseguida dos burbujas más se le unen. Las burbujas no son parte de la fauna local, así que me extraño. Se ve que en esta colonia de hormigas se ha colado un bicho bola. Vuelvo a meter la cabeza entre las rejas y veo que abajo hay un niño de unos cinco años con un eso que hace pompas de jabón. Realmente nadie sabe como se llaman las cosas esas que hacen pompas. No iba a ser yo una excepción, ¿no? Las burbujas empiezan a subir. En nada estoy rodeada de ellas.

Pompas fúnebres /PARTE 1


Ayer me moría de ganas de salir a la calle. Ni se me ocurre ahora. Creo que estamos a unos cien grados a la sombra. Me quedaré en casa todo el día si es necesario, al lado de mi ventilador, que como ya se sabe, es una estafa. Pero algo es algo. Es por la mañana, y estoy en mi cuarto. Si me asomo por la ventana puedo ver al hormiguero en el que se convierte la ciudad al despertar. Pequeños pares de pies corriendo de un lado al otro y siendo observados desde un tercer piso. Pobres. Y yo tirada en la cama. La casa está desierta. Mi madre estará ahora mismo seguramente en la oficina con una taza de café. Trabaja aquí, así que no tiene que moverse mucho. Bueno, un poco. Trabajará en la misma ciudad, pero en la otra punta, eso sí. En una aseguradora de ¿seguros? Tampoco sé muy bien de qué va eso de los seguros. Mi padre trabaja en una biblioteca. Enorme. Creo que la más grande de la ciudad. Suerte tengo que mis padres trabajen tan cerca de casa, la verdad. Me imagino que mi madre fuera como Ana. No creo que lo aguantara. Ana tiene dos hijas más o menos de mi edad y un marido en Colombia. Se vino a trabajar aquí hará unos seis, siete, ¿ocho años? No lo sé. Un día no sé porqué empezó a contármelo. Resulta que allí en su País no había trabajo suficiente y tuvo que venirse aquí para poder mantener a su familia. Su familia que vive tan lejos. Todos los meses les envía dinero para que puedan vivir. Alimentar a tres personas, bueno, cuatro, porqué su madre también necesita que alguien la cuide, desde la distancia. Raro. Bueno, corriente. Hay mucha gente así. La vida. Y ahora Ana cuida de mi abuela Regina. Y menos mal, porque Regina estaba muy sola. Su marido hace más de veinte años que faltó, así que nunca llegué a conocer a mi abuelo.

Mi ventilador de última moda se ha parado. Me acaba de arruinar la mañana, espero que esté contento. Insoportable temperatura sin ventilador así que vamos allá, a la cocina. En realidad creo que me paso en la mayor parte del tiempo  en la cocina. Un 70% asegurado. Vamos, por lo menos. Abro la puerta de debajo de la nevera, y me siento al lado. El congelador se queda así, abierto, hasta que me congelo. Decido que me muevo o me quedo estatua donde estoy, en resto del día. Así que voy hacía el salón, que consiste en la habitación continua a la cocina, con dos sofás, una televisión, y una gran ventana que ocupa media pared. Con un pequeño balcón. Ah, y una alfombra en medio de todo. Ahí voy. Me tumbo en la alfombra y me quedo mirando las musarañas. ¿Hay un plan mejor? No. Pues que nadie me juzgue.

lunes, 20 de agosto de 2012

Nudo /PARTE 2


Recuperada del todo. Ya es lunes por la noche, y mis padre me han dado el visto bueno para que mañana pueda salir. El sábado me desperté al mediodía en una cama que no conocía. Aún mareada, escuchaba música. Salí de la habitación en donde estaba y enseguida supe donde me encontraba. Ismael tocaba el piano, y cuando oyó que me acercaba fue dejando que la melodía muriera.

-Como si estuviese en su casa, señorita.  ¿Cómo te encuentras, Alma? –me preguntó sonriéndome.

-Creo… que bastante mejor. No vino Carmen, ¿no? –no entendía por qué no me había llevado nadie a casa.

-No, no se me ocurrió que hasta la hora de comer no llegaría del trabajo. Tus padres te estarán esperando arriba. Cuando quieras, te acompaño. –se ofreció. Miré el reloj y pensé que ahora estarían comiendo, eran las dos y media.

-¿Y eso que estoy aquí?

-Tus padres no han querido despertarte. Les habré caído bien, ¿no? –y se rió.

-No seas tan creído, ¿eh? Será eso. –me hizo gracia. Se lo creerá y todo.

-¿Te acompaño?

-Sí, ya me muero de hambre.

Básicamente ese fue mi sábado, más horas de televisión indefinidas. Domingo me quede encerrada como si estuviese en cuarentena sin que nadie viniera a verme. Mi padre quería asegurarse que no volvía a recaer. Aún no me explico cómo me ha dado tan fuerte un catarro. Cosas que pasan.  Esta mañana  han venido Raquel, Marta y Elena, querían sacarme a la calle, pero yo aún no estaba para fiestas. Aunque ya me encuentro bien del todo, estoy como un globo pinchado. Parece que un mosquito me haya chupado toda la energía mientras dormía. Después de comer he subido a ver a Regina y a Ana. Las dos estaban preocupadas por mí, y les he tenido que decir veinte veces que no era nada grave. Ana se ha disculpado por las dos de no haber venido a ver como estaba, por que por lo visto Regina también había enfermado un poco. E ahí la catástrofe que montó una tormenta en un acantilado. Me acabo de acordar de que les perdí la pamela. Bueno, no me han dicho nada al respecto tampoco. Se lo tendré que comentar. Tengo ganas de salir a hacer lo que sea. Encerrada en casa con el calor que hace es poco más que para morirse. Es de noche… sí, es de noche. Aún le tengo que decir a Ismael que no toque por las noches. Aún, aún.

Buenas noches, nuevo bicho de la pared. Buenas noches, aire que no corres. Buenas noches, luna. Buenas noches, piano. Buenas noches mundo. Mañana nos volvemos a ver las caras. ¿Preparado?  Ya se me ha ido el nudo que tenía en la cabeza. Que claro se ve todo cuando no te pasas el día haciéndote la zombi, y ni tan solo ha sido una semana. Bueno.

“Michelle, my belle.
Sont des mots qui vont très bien ensemble,
Très bien ensemble.”

-THE BEATLES-

sábado, 18 de agosto de 2012

Nudo /PARTE 1.1


Nos sentamos los dos en el sofá,  y me doy cuenta de que lleva unas gafas de sol nuevas. Muy chulas, por cierto.

-Te quedan bien. –le digo.

-¿Cómo?

-Las gafas, hombre. –debería de haberlo aclarado.

-Ah sí, gracias. Me las eligió mi hermana. –me explica cuando me coge un ataque de tos. Frunce los labios y le tengo que decir dos veces que estoy bien para que no me mande otra vez a mi casa.

-Bien, ya sabes que no pude bajar a saludarte el jueves… -quiero que se sienta mal por no haberme visitado él.

-¡Oh! Si, lo supe ese mismo día. Fui a verte pero tu madre enseguida me echó de tu casa, diciéndome que estabas durmiendo porque estabas resfriada. Al principio pensé que no quería que te viese, pero bueno, quien iba a pensar que te ibas a poner así en verano, ¿eh?

Me hace gracia imaginarme a mi madre echando a un Ismael confundido. Ciertamente, estuve durmiendo todo el día. Raquel vino a la hora de comer, por eso me vio.

-Bueno, ¿me vas a contar que hiciste el miércoles como para ponerte así? –me pregunta Ismael.

-Una tormenta nos cayó a Regina, a Ana y a mí cuando estábamos en un acantilado. –le cuento.

-¿El Acantilado de Las Gaviotas? –me pide saber Ismael.

-Sí, creo que se llama así. –me pongo a pensarlo, y creo que Regina me comentó que la gente lo llamaba así.

-Tiene gracia. –me dice.

-¿El qué? ¿El nombre? La verdad es que si que había gaviotas, pero ‘El Acantilado de Las Gaviotas’ no es su nombre de verdad, es uno que usa la gente por la cantidad de… -estoy contando cuando Ismael me interrumpe para decirme que es precioso.

-Eh, si, lo es. –me quedo algo cortada al ver que ha pasado de lo que le acabo decir, y me doy cuenta de que está un poco ido.

-¿Sabes? Fue lo último que vi que valiese la pena. También hubo una tormenta ese día, por desgracia. –y sonríe.

Me da otro ataque y empiezo a estornudar sin parar. Siento que la cabeza me va a estallar y empiezo a marearme otra vez. Al final resultará que aún no estaba mejor.

-Tumbate aquí, voy a llamar a Carmen para que me ayude a llevarte a casa, ¿vale? –oigo que me dice Ismael mientras sigo tosiendo. Me paro a pensar que no encontrará a Carmen un sábado por la mañana en su casa. Pensar me duele así que dejo de hacerlo.

Ismael me cubre con una manta momentos después, y el sonido del teléfono descolgado me llega. Con todo lo que he dormido no puedo creerme que me estén entrando estas ganas terribles de dormir. Creo que me voy durmiendo…

Nudo /PARTE 1


Me acabo de despertar por primera vez en tres días pudiendo soportar el dolor de cabeza. Llevo desde el miércoles en cama, y me he perdido jueves y viernes. Es decir, me he perdido la vuelta de Ismael. Raquel vino a verme el jueves cuando se enteró de que estaba enferma, y no se creía que me hubiese constipado en pleno agosto. Se quedó poco conmigo, decía que tenía que hacerle unos recados a su madre, pero no me fío. Conociéndola se fue por miedo a que la contagiara. Ahora cuando coma algo la llamaré para decirle que ya estoy mejor.  Cuando llegué a casa el miércoles por la noche, en la ciudad no llovía, y mis padres me mandaron enseguida a descansar. Lo peor del mundo es resfriarse cuando hace tanto calor, de verdad. Nunca había tenido un malestar tan fuerte. Puf. Por lo menos ya voy a poder levantarme de la cama. En dos días no he hecho nada más que dormir y sentirme fatal. Se ve que Carmen, la vecina de arriba, se enteró y pasó a traerme unas galletas que había hecho ella misma ayer. Nadie más pasó por aquí el viernes. Debo admitir que me disgustó un poco que Ismael no viniese a verme. Pero bueno, no estoy enferma mortal, que mas daba.  Supongo. Me pongo en pie y voy a ver si hay alguien en casa. Un posit me da los buenos días, como esperaba. Voy a la cocina a desayunar y miro el reloj. Son poco más de las doce. Me tomo una aspirina y pienso en que voy a hacer. Decido que estará bien bajar a ver a Ismael un rato y luego subiré a casa Carmen a darle las gracias por las galletas, otra vez. Cojo una caja de pañuelos y voy a bajar cuando me entra frío y decido llevarme una bata también. Así que soy la única persona del mundo que con más de treinta grados va con bata, pero da igual. Cuando llego a casa de Ismael, se me ocurre que a lo mejor no está, pero tengo suerte y me abre nada más tocar.

-Buenos días, Ismael.

-¡Alma! Pensaba que estabas catatónica. Tu madre me había asustado. –me dice a modo de saludo. –Pasa.

viernes, 17 de agosto de 2012

Azul (oscuro) /PARTE 1.2


Levanto los brazos hacia arriba y gota a gota se van empapando las palmas de mis manos. Me doy cuenta de que las nubes blancas ahora han desaparecido y el cielo está cubierto por unas nubes oscuras que empiezan a llorar cada vez más fuerte. Me levanto y me giro en busca de Ana y Regina. Veo como sus sombras se apresuran a recogerlo todo. Están aún muy lejos de mí, y si me esperan van a acabar empapadas. Coger un resfriado a la edad de mi abuela creo que no será buena idea. De repente me llega la voz de Ana gritando mi nombre.

-¡Alma! –grita en mi dirección.

-¡Ir yendo hacia el coche, yo ahora voy! –les contesto lo más alto que puedo. La nada que hay en este acantilado hace que el eco resuene por todos lados.

Oigo como Ana asiente y me dice que me de prisa mientras ella y Regina se van y las pierdo de vista. Voy corriendo a la vez que la tormenta corre conmigo. Una tormenta de verano que se da más prisa que yo, y que me moja de pies a cabeza. El viento se une y otra vez levanta mi pamela al vuelo. Esta vez no cae al suelo, empieza a elevarse hacia los truenos y vuelve a caer, por el precipicio. Me asomo con cuidado al acantilado y veo un punto rojo entre las olas que rompen. Aquel punto rojo se va hundiendo hasta que ya no sale más a la superficie y doy por perdida mi pamela, completamente.  Sigo hasta que me encuentro en el sitio en el que habíamos merendado. La tierra pisada por las prisas de Regina y Ana está formando charcos de barro. Me paro un momento y en medio de este vendaval imagino lo precioso que sería sentarse al borde, y ver como rompen contra ti las olas, sin tocarte, en este mar con rocas tan precipitadas.  No podría, en realidad, ahora sí que llegan las olas a la tierra, de lo furiosa que está el agua. En medio de aquel estruendo, recuerdo una melodía perdida que me tocó Ismael. No quiero seguir el mismo camino que mi sombrero, así que dejo de imaginar cosas y continúo.  Por fin me encuentro enfrente del coche, delante de las caras preocupadas de ellas dos, que se quedan mirando mi vestido que gotea por todas partes. En seguida me hacen meterme en el asiento de atrás y Ana arranca. Salimos de aquel solar y enfilamos carretera arriba para volver a casa. Regina, sentada a mi lado se me queda mirando con cara de preocupación cuando el primer estornudo sale de mí. Me manda quitarme el vestido y la miro con cara extrañada.

-Cariño, estás empapada. Es mejor que te quites el vestido y te cubras con esta manta. –me aconseja Regina mientras me tiende otra manta que había allí.

Hago lo que me dice, y nada más quitarme el vestido me abrazo a la manta. El tiempo no mejora a medida que nos alejamos del mar.

-¿Porqué traéis tantas mantas? –les pregunto.

-Para cosas como estas. No molestan, y mira que nos pueden servir. Ay Alma, siento que te hayas resfriado, el tiempo no anunciaba que iba a llover. –me dice Ana desde el asiento del conductor, girándose para ver como estoy.

Empiezo a estornudar sin parar mientras las gotas de lluvia aún van resbalando por mi pelo. Comienza a dolerme la cabeza, e intento dormir el resto del viaje hasta llegar a casa.

Azul (claro) /PARTE 1.1


-Despierta Alma, ya estamos aquí. –Regina me está dando golpecitos en el hombro cuando abro los ojos.

-¿Ya hemos llegado? –pregunto.

-Sí. Aquí estamos. Bueno, aún tenemos que caminar un poco, el mar está un poco más lejos.    –me cuenta Ana mientras abre el maletero para sacar la bolsa con la merienda.

El coche está aparcado en un solar vacío. El pueblo se ve si miras hacia atrás. Con casas pequeñas y todos los tejados azules. Parece muy pequeño, aunque nosotras estamos lejos.  Cogemos el camino que nos lleva hacia adelante y vamos caminando las tres bajo el sol, que aún quema. Ya es por la tarde, pero este agosto no se va a descansar ni un momento. 

-Ya estamos aquí. –anuncia Ana sonriente. Yo miro hacia adelante y no veo el mar por ninguna parte.

-No veo el mar, Ana. –le digo.

-Ay pequeña, una se tiene que acercar para verlo. –se ríe Regina.

Continuamos caminando hasta que ya no podemos caminar más. Un acantilado hace que nos paremos. El suelo está lleno de hierba, y me quedo de pie viendo a las dos estirar una manta enorme en el suelo y sentarse allí. En medio de la nada.

-Esto no es una playa. –les digo. Aunque resulta algo obvio, la verdad.

-Ya te lo hemos dicho. Esto es mucho más bonito. –me contesta Regina.

Me siento también en la manta. Estamos  las tres casi al borde del precipicio. No es un acantilado excesivamente alto, así que desde donde estamos, se ven las olas romper contra las rocas.

-A ver Ana, pásame la bolsa, que sacamos la merienda y comemos ahora. ¿Qué os parece? –Regina parece que tiene bastante hambre.

-Me parece perfecto, yo también tengo ganas de picar algo. –le contesta Ana.

Las dos me miran y yo asiento con la cabeza. De la bolsa que parece no tener fin aparece de todo. Sándwiches pequeños y dulces de chocolate. Me pregunto cómo se va a poder acabar tanta comida. Ana saca un termo lleno de té y tres vasos. Los llena y nos pone uno delante de cada una. Regina empieza a coger los pastelitos de chocolate y a beber el té.  Ana se distrae mirando las gaviotas que van y vienen mientras muerde como un ratoncito su sándwich. Yo cuando me doy cuenta ya me he acabado el té y hace rato que miro el acantilado. Les digo a las dos que voy a dar un paseo por los alrededores.

-No te caigas, ¿eh? –me avisa Ana mientras me voy yendo.

Es un acantilado no muy alto pero sí bastante largo.  Las gaviotas se sienten curiosas por mis pasos y me siguen como perros. Me voy alejando hasta que Regina y Ana son figuras diminutas en la otra punta. Empieza a soplar la brisa del mar mientras camino por el borde del precipicio. El vestido que llevo empieza a bailar y la pamela se me vuela unos metros más allá. Cuando la cojo me siento en la hierba y me la pongo. El sol se va cayendo a nadar en el mar, y el viento empieza a soplar. Me quedo mirando las olas mientras los pájaros vuelan sobre mí y se van hacía otro lugar. Levanto la vista al cielo justo en el momento en que una gota de agua cae sobre mi nariz.