Ayer perdí los papeles por unas palabras que dijo Ismael,
inocentemente. Iba a perderlos de un momento a otro, lo que me dijo Raquel me
estaba comiendo la cabeza. No sé porque tuvo que decirme nada, seguramente no
es eso. Bien, hace tres días, me llamó Raquel por la noche y quedamos para el
día siguiente. Hace dos días me presenté en su casa con lo que me había pedido.
Toqué al timbre un par de veces, y nadie me abría. Me empecé a impacientar, iba
a llamarla al móvil cuando apareció en el portal. El alma se me cayó a los
pies, estaba llorando.
-¡Raquel! ¿Qué ha pasado? –dije asustada.
Entre lloros y sorbos de nariz me hizo pasar y me abrazó
desconsolada. La aparté un poco de mí para poder verle la cara, y le volví a
repetir lo mismo.
-¿Qué ha pasado?
-Alma… yo, él. ¡No me lo puedo creer! Es tan… -y volvió a
romper a llorar.
-Tranquila… cuéntamelo. Vamos, sentémonos.
La lleve a rastras por su propia casa y nos sentamos las dos
en el sofá del salón. Después de un rato conseguí que se tranquilizara.
-Ha muerto, Alma. ¡No me lo puedo creer! Se fue…
-¿Quién? –pregunte esperándome lo peor.
-¡Febrero! Se ha ido…
¿Febrero? ¿Qué clase de nombre era Febrero? Enseguida me
vino a la mente un par de ojos amarillos cerrándose y abriéndose. Negro como él
mismo. Lo había ignorado desde aquella primera vez que le vi, por si acaso, no
me atraía la compañía de un gato tan oscuro y escurridizo.
-Ay Raquel… tu gato. Lo siento muchísimo.
Raquel tenía doce gatos, bueno, ahora once. Enero, Febrero,
Marzo, Abril, Mayo, Junio, Julio, Agosto, Septiembre, Octubre, Diciembre y Lobo.
Nunca supe de la existencia de un Noviembre. Simplemente ella se había saltado
ese mes, como quien pasa por alto un anuncio en un tablón que nunca leerá. Así
de insignificante. Siempre me había intrigado bastante, pero cuando le pregunté
por ello, un invierno hace un par de años, simplemente me contestó: ‘¿Noviembre?
¿Y para que voy a querer yo un gato que se llame Noviembre? Es ridículo.’ No
creí necesario hacerle la observación de que tenía doce gatos, once de los
cuales tenían nombres de meses del año, y el que faltaba, se llamaba Lobo,
porque según ella, tenía una dentadura lobuna. Por supuesto que no tenía a los
doce gatos en casa. Aunque ella vivía en una casa bastante grande, seguía
viviendo dentro de un pueblo, y tantos animales correteando aquí y allá no le
hacía mucha gracia a sus padres. Se los cuidaban sus abuelos, que vivían en el
campo. Cada fin de semana iba a ver a sus abuelos y a su montonazo de gatos. Nunca
entenderé su pasión por los bichos en general. Grandes y pequeños. Animales a
cuatro patas con vista en blanco y negro.
-Me acaba de llamar mi abuela para darme la noticia… -y se
puso a llorar de nuevo.
Me temo que el año que viene Raquel va a estar de luto todo
el mes de febrero, me lo veo venir. Pobre Raquel…
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