¡ATENCIÓN!
Este blog se lee desde la primera entrada publicada hasta la más reciente, ya que es una historia contínua.
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Pese a la inactividad de algunas ocasiones, el blog no estará cerrado al menos que se anuncie su finalización.
Un saludo,
Sara

viernes, 31 de agosto de 2012

Lluvia negra /PARTE 4


 

El cielo negro está lleno de intermitentes lucecitas que empiezan a caer. Una y otra y otra, y entre cada pestañeo me pierdo decenas de ellas.

-¡Ismael! ¡Estrellas!

-¿Cómo?

-Estrellas fugaces… madre mía, no me lo puedo creer. ¡Hoy que estaba pensando en ellas!

-¿De verdad hay estrellas fugaces? –se ríe Ismael. Se ve que se lo esperaba aún menos que yo.

-Te prometo que no te estoy tomando el pelo. ¡Qué fuerte!

Estoy eufórica. ¡Hoy! ¡Justamente hoy! Y ahora. Me abrocho la chaqueta hasta el cuello. Cada vez hace más frío. Miro una estrella fijamente (intentándola no perder de vista) y cierro los ojos. Pido mi deseo, y ya veremos si se cumple.

-Me gustaría que pudieses pedirles deseos tú también. –estoy diciéndole a Ismael cuando él abre la boca para protestar, y sabiendo lo que me va a decir, le corto. –Ey, calla. Aunque no creas en eso, estaría bien, ¿vale?

Un viento salido de la nada empieza a soplar. Le pregunto a Ismael si él no tiene frío y me lo niega. Seguro que es mentira, pero que se congele si quiere, es cosa suya.

Ismael se acerca a mí y me da un toque con un dedo en el brazo. Me quedo extrañada mirándole.

-¿Qué haces? –le pregunto divertida.

Veo como su mano flota un momento en el aire y en dos segundos me coge de la mano. Sorprendida no, lo siguiente, me quedo con la boca abierta.

-¿Qué haces? –le vuelvo a preguntar, casi en un susurro.

-Ah. –y empieza a reírse, y me confundo aún más. –Tranquila, solo quiero que me ayudes a pedir un deseo. ¿No habías dicho que te gustaría?

-Eh, si, vale, ¿Qué?

-Elige una estrella por mí. Mírala, fíjate en ella, y cuando cierres los ojos, apriétame la mano y yo pediré el deseo. ¿Qué te parece?

-Extraño.

-¿Preparada?

-Sí. Allá va tu estrella.

Elijo una estrella, la que tiene más luz ahora mismo, y sigo su trayectoria. Cuando veo que se va cayendo, cierro los ojos y al mismo instante aprieto la mano de Ismael con fuerza. Cuento para mí uno, dos, tres, cuatro y hasta cinco segundos antes de que él me suelte.

jueves, 30 de agosto de 2012

Lluvia negra /PARTE 3


-¿Qué miras? –me pregunta Ismael, sin dejar que la canción pare.

-Ah, nada, espero a que caiga alguna estrella fugaz.

-¿Crees realmente que va a caer una?

La verdad es que tengo pocas esperanzas de que pase, pero eso no se lo digo a él. En cambio me callo y sigo mirando. Me acerco a la cristalera y la abro.

-¿Puedo salir al balcón? –le pregunto.

-Sí, claro.

Me quedo allí de pie apoyada en la barandilla de hierro, mirando a la nada. El tiempo asfixiante de esta mañana parece que se ha dado a la fuga. Podría decir que hasta refresca un poco. Es más, tengo algo de frío.

-Oye, hace frío, ¿no?

-Sí, iba a decirte que si quieres coger una chaqueta mía o algo. Ya sabes dónde está mi habitación, ¿no? –me contesta Ismael.

-Eh, gracias.

Voy a su habitación y abro el armario. Hace poco que conozco a una persona y ya le abro el armario para cogerle algo. Me parece muy extraño. La última vez que estuve en la habitación no la miré muy bien, ya que estaba un poco despistada y no sabía ni donde estaba. Doy un vistazo rápido y veo que todo está pulcramente ordenado. Solo hay una mesita de noche con un vaso de agua, la cama, una alfombra que lo ocupa todo y el armario. Bueno, y otra puerta al fondo, que supongo que será un baño particular, pero no voy a ir a abrirla. Mirando las perchas delante de mí, caigo en la cuenta que me ponga lo que me ponga pareceré algo raro. Le cojo una chaqueta negra bastante básica y me la pongo. Realmente, me serviría de vestido. Salgo de la habitación mientras me quito la capucha de dentro. Vuelvo a mi puesto de vigía en el balcón.

-¿Has encontrado algo que te venga bien? –escucho a Ismael preguntarme desde su puesto en el piano.

-He encontrado algo calentito, con eso me conformo.

De repente algo llama mi atención allá fuera. No sé que ha sido, hasta que vuelve a aparecer y casi no me lo creo.

 -¡Ismael! ¡Ismael ven aquí! ¡Rápido!

-¿Qué pasa? ¿Estás bien Alma? –me pregunta alarmado mientras deja al piano y viene a mi lado.

 

 

martes, 28 de agosto de 2012

Lluvia negra /PARTE 2


Mi padre no ha hablado en toda la cena, y mi madre no ha parado de hacerlo. Me sería más fácil olvidar que los he oído discutiendo si no pareciese que se esforzaran tanto en estar bien. Mi madre, al menos. Después de recoger la mesa y pasarme al menos quince minutos mirando el reloj, decido bajar a ver a Ismael. Ya son las diez, y como quedamos, ya estoy en el piso de Ismael.

Estamos hablando mientras él toca el piano.

 

-¿Te importa que no hable? Quiero escuchar lo que tocas. –le digo, y se le alegra la cara.

 

-Pero no te duermas, ¿vale?

 

-Prometido.

 

Empiezo a pensar en esta tarde pasada, y recuerdo la tontería de la escalera. Se me ocurre preguntarle, aunque sigue pareciéndome una tontería, que quede claro.

 

-¿Si paso por debajo de una escalera, me puedo morir?

 

-Oh, claro. –me dice Ismael.

 

-Hablo enserio, ¿vale?

 

-Yo también. Es más, yo un día pasé por debajo de una escalera, y me tuve que morir, porque si no, no, ¿eh?

 

-Vale, te estás burlando de mí. –vamos, no creo que sea un muerto viviente.

 

-No creo en la mala suerte, Alma. –y continua con un: -Las cosas pasan. Y no pasan porque un gato negro se cruce en tu camino, ni porque rompas un espejo.

 

-¿Las cosas pasan? -¿será que cree en el destino o algo así?

 

-Las cosas pasan, no porque tengan que pasar, si no porque algo las provoca. –me contesta, aclarándome que no cree en el destino.

 

-Bueno, ya se verá. Vamos, que ya, que bueno, tú me entiendes. –no me entiendo ni yo, pero bien.

 

Ismael sigue tocando el piano y yo me distraigo mirando por la cristalera que es la puerta del balcón. De pequeña, todas las noches de Agosto, miraba el cielo, para ver cuál era el día en que se podían ver estrellas fugaces. Sigo mirando la negrura de fuera mientras oigo las notas de fondo. Realmente, no creo que la suerte exista, pero por si acaso, si encuentro un trébol de cuatro hojas, lo recogeré. Si encuentro una pata de conejo, casi mejor que la dejaré donde está. Y el día que mi horóscopo acierte dos de tres cosas que diga, aprenderé a hacer barcos de papel.

domingo, 26 de agosto de 2012

Lluvia negra /PARTE 1


Pasaré por debajo de la escalera. Pasaré por debajo de la escalera. Pasaré por debajo de la escalera. Pasaré por… oh, ahí está la escalera. Y me hecho a un lado. Sigo caminando y dejo la escalera a mi derecha. Tendría que haber pasado por debajo, la mala suerte no existe. Pero por si acaso… tonterías. Tengo que llegar a casa antes de que suenen las campanadas de nuevo. Empiezo a correr deprisa, no quiero llegar tarde. Cenaré y me iré a ver a Ismael. Sí, eso haré. Ya estoy casi en mi portal, cuando me suena el móvil. Veo que es de Raquel y me digo que ya la llamaré cuando tenga tiempo. Ya estoy aquí, subo tres plantas lo más rápido posible y cuando voy a abrir la puerta de casa oigo que mis padres están discutiendo.

-¡Pero Mercedes! Se lo tenemos que decir, tiene que saberlo cuanto antes mejor. –le está diciendo mi padre a mi madre.

-No, no. Miguel, espera un poco, tengo que pensarlo. ¡Tenemos que pensarlo! No sé si… -estaba diciendo mi madre cuando de repente mi móvil empieza a sonar al otro lado de la puerta. Los dos se callan y yo contesto a  la llamada al mismo tiempo que ellos abren la puerta.

-Eh, si, ¿Raquel? … Vale, pues mañana. Hoy tengo plan. Aha. Sí, lo llevaré. Vale, adiós. –y cuelgo. –Hola papá, hola mamá. –les saludo como si nada y paso a dentro.

-¿Cómo te ha ido la tarde? –me pregunta mi madre, sonriendo. Mi padre se va a la cocina murmurando a saber qué.

-Bien, bien.  Elena y yo nos hemos pasado la tarde cuidando de su hermana pequeña. –le voy contando mientras voy  a sentarme en la mesa para cenar con mi padre, que ya está ahí.

-¿Raquel no iba también? –me sigue preguntando mi madre.

-Al final no ha venido, porque se le escaparon unos bichos y su madre se los encontró en el armario. Mañana ya la habrán des-castigado. –unos bichos,  si me hiciera eso, yo tiraba a Raquel por la ventana, prometido.

-Bueno, ¿y se ha portado bien la hermanita de Elena?

-Eh, si. Elena me ha agradecido mil veces que la ayudara a cuidar. No se parece nada al bebé del vecino, que hace ruido pero nada más. Puff, su hermana no para de dar vueltas. Esta es una de las veces en que me alegro por ser hija única. –recuerdo a lo revoltosa que es la niña y me pongo a reír.

-Bueno, yo tengo hambre. Voy a cenar. –anuncia mi madre mientras se toca la barriga.

martes, 21 de agosto de 2012

Pompas fúnebres /PARTE 3


Un mar de burbujas inunda rápidamente el cielo. Me quito las gafas y con la mano en la frente miro hacia el sol. Cada pompa encierra al niño que las ha creado. El niño ríe al revés, del derecho y del lado izquierdo. Ríe en azul, en rosa y en verde. Un arcoíris de niños riendo sube hasta las nubes. Eso es lo que me imagino.

Pompas que son espejos, pompas que te encierran dentro. Pompas que ascienden, y en su ascenso explotan y lloran colores. Todo rodeado de redondas pompas de jabón. Alegres pompas. Parecen una escalera de notas en su forma feliz, hasta que desaparecen. Pobres, pobres pompas fúnebres.

Dejo que mi día pase y quede como un recuerdo en una pompa de cristal. Tarde o temprano desaparecerá. Qué más da. Solo era agua y jabón. El niño ríe y ríe.

I open my lungs dear,
I sing this song at funerals... No rush.
These lyrics heard a thousand times, just plush.
A baby boy you've held so tightly, this pain it visits almost nightly.”

-BLACK VEIL BRIDES-
               

Pompas fúnebres /PARTE 2


Veo como el techo va apareciendo delante de mí cada vez que abro los ojos. Abro los ojos y los cierro. Mary tenía un corderito. ¿Qué fue del corderito de Mary? Hacer nada es agotador, así que mi próximo plan es asarme en el balcón. Voy a ello, y en una esquina encuentro la sombrilla de la playa. ¡Sigue viva! Hacía siglos que no la veía. Me acerco a ella y como puedo, la abro. Cojo el cojín de la silla de mimbre que hay aquí y me siento en el suelo, dentro de la sombra que proyecta la sombrilla. Noto que me falta algo, me levanto y voy a por un par de cosas. En menos de lo que canta un gallo ya estoy de nuevo sentada en el cojín. Llevo unas gafas de sol que me cubren como media cara. También me he traído mi amigo del alma, llamado Granizado de Limón. Granizado de Limón solía vivir en el congelador, pero creo que pronto descubrirá el emocionante mundo de mi estómago.  He descubierto, que hasta las rejas de mi terraza improvisada, queman. Más bien, arden. Me asomo a través de ellas. Las hormigas se ve que ya han llegado a su destino. La calle es poco más que dos aceras vacías. Un par de coches que parecen que ni si quiera hayan estado ahí, pasan en un segundo. Ojalá fuese invierno ya. Que pase rápido este verano, por favor por favor. Al verificar que ciertamente, el hormiguero está vacío, saco la cabeza de entre las rejas y continúo sorbiendo a Granizado de Limón. Tranquilidad. Total y completa tranquilidad y calma. Una burbuja pasa por delante de mis gafas y me la quedo mirando. Me viene la imagen de Ismael con gafas de sol. Gafas de sol, un ciego. ¿Por qué no quiere que se le vean ya los ojos? En un segundo se me ocurre que puede que no quiera que yo lo vea así. Pero qué tontería. No se iba a molestar por mí. Además no me importa. Pero ni pensarlo, no es cosa mía. Otra burbuja pasa por aquí. Enseguida dos burbujas más se le unen. Las burbujas no son parte de la fauna local, así que me extraño. Se ve que en esta colonia de hormigas se ha colado un bicho bola. Vuelvo a meter la cabeza entre las rejas y veo que abajo hay un niño de unos cinco años con un eso que hace pompas de jabón. Realmente nadie sabe como se llaman las cosas esas que hacen pompas. No iba a ser yo una excepción, ¿no? Las burbujas empiezan a subir. En nada estoy rodeada de ellas.

Pompas fúnebres /PARTE 1


Ayer me moría de ganas de salir a la calle. Ni se me ocurre ahora. Creo que estamos a unos cien grados a la sombra. Me quedaré en casa todo el día si es necesario, al lado de mi ventilador, que como ya se sabe, es una estafa. Pero algo es algo. Es por la mañana, y estoy en mi cuarto. Si me asomo por la ventana puedo ver al hormiguero en el que se convierte la ciudad al despertar. Pequeños pares de pies corriendo de un lado al otro y siendo observados desde un tercer piso. Pobres. Y yo tirada en la cama. La casa está desierta. Mi madre estará ahora mismo seguramente en la oficina con una taza de café. Trabaja aquí, así que no tiene que moverse mucho. Bueno, un poco. Trabajará en la misma ciudad, pero en la otra punta, eso sí. En una aseguradora de ¿seguros? Tampoco sé muy bien de qué va eso de los seguros. Mi padre trabaja en una biblioteca. Enorme. Creo que la más grande de la ciudad. Suerte tengo que mis padres trabajen tan cerca de casa, la verdad. Me imagino que mi madre fuera como Ana. No creo que lo aguantara. Ana tiene dos hijas más o menos de mi edad y un marido en Colombia. Se vino a trabajar aquí hará unos seis, siete, ¿ocho años? No lo sé. Un día no sé porqué empezó a contármelo. Resulta que allí en su País no había trabajo suficiente y tuvo que venirse aquí para poder mantener a su familia. Su familia que vive tan lejos. Todos los meses les envía dinero para que puedan vivir. Alimentar a tres personas, bueno, cuatro, porqué su madre también necesita que alguien la cuide, desde la distancia. Raro. Bueno, corriente. Hay mucha gente así. La vida. Y ahora Ana cuida de mi abuela Regina. Y menos mal, porque Regina estaba muy sola. Su marido hace más de veinte años que faltó, así que nunca llegué a conocer a mi abuelo.

Mi ventilador de última moda se ha parado. Me acaba de arruinar la mañana, espero que esté contento. Insoportable temperatura sin ventilador así que vamos allá, a la cocina. En realidad creo que me paso en la mayor parte del tiempo  en la cocina. Un 70% asegurado. Vamos, por lo menos. Abro la puerta de debajo de la nevera, y me siento al lado. El congelador se queda así, abierto, hasta que me congelo. Decido que me muevo o me quedo estatua donde estoy, en resto del día. Así que voy hacía el salón, que consiste en la habitación continua a la cocina, con dos sofás, una televisión, y una gran ventana que ocupa media pared. Con un pequeño balcón. Ah, y una alfombra en medio de todo. Ahí voy. Me tumbo en la alfombra y me quedo mirando las musarañas. ¿Hay un plan mejor? No. Pues que nadie me juzgue.

lunes, 20 de agosto de 2012

Nudo /PARTE 2


Recuperada del todo. Ya es lunes por la noche, y mis padre me han dado el visto bueno para que mañana pueda salir. El sábado me desperté al mediodía en una cama que no conocía. Aún mareada, escuchaba música. Salí de la habitación en donde estaba y enseguida supe donde me encontraba. Ismael tocaba el piano, y cuando oyó que me acercaba fue dejando que la melodía muriera.

-Como si estuviese en su casa, señorita.  ¿Cómo te encuentras, Alma? –me preguntó sonriéndome.

-Creo… que bastante mejor. No vino Carmen, ¿no? –no entendía por qué no me había llevado nadie a casa.

-No, no se me ocurrió que hasta la hora de comer no llegaría del trabajo. Tus padres te estarán esperando arriba. Cuando quieras, te acompaño. –se ofreció. Miré el reloj y pensé que ahora estarían comiendo, eran las dos y media.

-¿Y eso que estoy aquí?

-Tus padres no han querido despertarte. Les habré caído bien, ¿no? –y se rió.

-No seas tan creído, ¿eh? Será eso. –me hizo gracia. Se lo creerá y todo.

-¿Te acompaño?

-Sí, ya me muero de hambre.

Básicamente ese fue mi sábado, más horas de televisión indefinidas. Domingo me quede encerrada como si estuviese en cuarentena sin que nadie viniera a verme. Mi padre quería asegurarse que no volvía a recaer. Aún no me explico cómo me ha dado tan fuerte un catarro. Cosas que pasan.  Esta mañana  han venido Raquel, Marta y Elena, querían sacarme a la calle, pero yo aún no estaba para fiestas. Aunque ya me encuentro bien del todo, estoy como un globo pinchado. Parece que un mosquito me haya chupado toda la energía mientras dormía. Después de comer he subido a ver a Regina y a Ana. Las dos estaban preocupadas por mí, y les he tenido que decir veinte veces que no era nada grave. Ana se ha disculpado por las dos de no haber venido a ver como estaba, por que por lo visto Regina también había enfermado un poco. E ahí la catástrofe que montó una tormenta en un acantilado. Me acabo de acordar de que les perdí la pamela. Bueno, no me han dicho nada al respecto tampoco. Se lo tendré que comentar. Tengo ganas de salir a hacer lo que sea. Encerrada en casa con el calor que hace es poco más que para morirse. Es de noche… sí, es de noche. Aún le tengo que decir a Ismael que no toque por las noches. Aún, aún.

Buenas noches, nuevo bicho de la pared. Buenas noches, aire que no corres. Buenas noches, luna. Buenas noches, piano. Buenas noches mundo. Mañana nos volvemos a ver las caras. ¿Preparado?  Ya se me ha ido el nudo que tenía en la cabeza. Que claro se ve todo cuando no te pasas el día haciéndote la zombi, y ni tan solo ha sido una semana. Bueno.

“Michelle, my belle.
Sont des mots qui vont très bien ensemble,
Très bien ensemble.”

-THE BEATLES-

sábado, 18 de agosto de 2012

Nudo /PARTE 1.1


Nos sentamos los dos en el sofá,  y me doy cuenta de que lleva unas gafas de sol nuevas. Muy chulas, por cierto.

-Te quedan bien. –le digo.

-¿Cómo?

-Las gafas, hombre. –debería de haberlo aclarado.

-Ah sí, gracias. Me las eligió mi hermana. –me explica cuando me coge un ataque de tos. Frunce los labios y le tengo que decir dos veces que estoy bien para que no me mande otra vez a mi casa.

-Bien, ya sabes que no pude bajar a saludarte el jueves… -quiero que se sienta mal por no haberme visitado él.

-¡Oh! Si, lo supe ese mismo día. Fui a verte pero tu madre enseguida me echó de tu casa, diciéndome que estabas durmiendo porque estabas resfriada. Al principio pensé que no quería que te viese, pero bueno, quien iba a pensar que te ibas a poner así en verano, ¿eh?

Me hace gracia imaginarme a mi madre echando a un Ismael confundido. Ciertamente, estuve durmiendo todo el día. Raquel vino a la hora de comer, por eso me vio.

-Bueno, ¿me vas a contar que hiciste el miércoles como para ponerte así? –me pregunta Ismael.

-Una tormenta nos cayó a Regina, a Ana y a mí cuando estábamos en un acantilado. –le cuento.

-¿El Acantilado de Las Gaviotas? –me pide saber Ismael.

-Sí, creo que se llama así. –me pongo a pensarlo, y creo que Regina me comentó que la gente lo llamaba así.

-Tiene gracia. –me dice.

-¿El qué? ¿El nombre? La verdad es que si que había gaviotas, pero ‘El Acantilado de Las Gaviotas’ no es su nombre de verdad, es uno que usa la gente por la cantidad de… -estoy contando cuando Ismael me interrumpe para decirme que es precioso.

-Eh, si, lo es. –me quedo algo cortada al ver que ha pasado de lo que le acabo decir, y me doy cuenta de que está un poco ido.

-¿Sabes? Fue lo último que vi que valiese la pena. También hubo una tormenta ese día, por desgracia. –y sonríe.

Me da otro ataque y empiezo a estornudar sin parar. Siento que la cabeza me va a estallar y empiezo a marearme otra vez. Al final resultará que aún no estaba mejor.

-Tumbate aquí, voy a llamar a Carmen para que me ayude a llevarte a casa, ¿vale? –oigo que me dice Ismael mientras sigo tosiendo. Me paro a pensar que no encontrará a Carmen un sábado por la mañana en su casa. Pensar me duele así que dejo de hacerlo.

Ismael me cubre con una manta momentos después, y el sonido del teléfono descolgado me llega. Con todo lo que he dormido no puedo creerme que me estén entrando estas ganas terribles de dormir. Creo que me voy durmiendo…

Nudo /PARTE 1


Me acabo de despertar por primera vez en tres días pudiendo soportar el dolor de cabeza. Llevo desde el miércoles en cama, y me he perdido jueves y viernes. Es decir, me he perdido la vuelta de Ismael. Raquel vino a verme el jueves cuando se enteró de que estaba enferma, y no se creía que me hubiese constipado en pleno agosto. Se quedó poco conmigo, decía que tenía que hacerle unos recados a su madre, pero no me fío. Conociéndola se fue por miedo a que la contagiara. Ahora cuando coma algo la llamaré para decirle que ya estoy mejor.  Cuando llegué a casa el miércoles por la noche, en la ciudad no llovía, y mis padres me mandaron enseguida a descansar. Lo peor del mundo es resfriarse cuando hace tanto calor, de verdad. Nunca había tenido un malestar tan fuerte. Puf. Por lo menos ya voy a poder levantarme de la cama. En dos días no he hecho nada más que dormir y sentirme fatal. Se ve que Carmen, la vecina de arriba, se enteró y pasó a traerme unas galletas que había hecho ella misma ayer. Nadie más pasó por aquí el viernes. Debo admitir que me disgustó un poco que Ismael no viniese a verme. Pero bueno, no estoy enferma mortal, que mas daba.  Supongo. Me pongo en pie y voy a ver si hay alguien en casa. Un posit me da los buenos días, como esperaba. Voy a la cocina a desayunar y miro el reloj. Son poco más de las doce. Me tomo una aspirina y pienso en que voy a hacer. Decido que estará bien bajar a ver a Ismael un rato y luego subiré a casa Carmen a darle las gracias por las galletas, otra vez. Cojo una caja de pañuelos y voy a bajar cuando me entra frío y decido llevarme una bata también. Así que soy la única persona del mundo que con más de treinta grados va con bata, pero da igual. Cuando llego a casa de Ismael, se me ocurre que a lo mejor no está, pero tengo suerte y me abre nada más tocar.

-Buenos días, Ismael.

-¡Alma! Pensaba que estabas catatónica. Tu madre me había asustado. –me dice a modo de saludo. –Pasa.

viernes, 17 de agosto de 2012

Azul (oscuro) /PARTE 1.2


Levanto los brazos hacia arriba y gota a gota se van empapando las palmas de mis manos. Me doy cuenta de que las nubes blancas ahora han desaparecido y el cielo está cubierto por unas nubes oscuras que empiezan a llorar cada vez más fuerte. Me levanto y me giro en busca de Ana y Regina. Veo como sus sombras se apresuran a recogerlo todo. Están aún muy lejos de mí, y si me esperan van a acabar empapadas. Coger un resfriado a la edad de mi abuela creo que no será buena idea. De repente me llega la voz de Ana gritando mi nombre.

-¡Alma! –grita en mi dirección.

-¡Ir yendo hacia el coche, yo ahora voy! –les contesto lo más alto que puedo. La nada que hay en este acantilado hace que el eco resuene por todos lados.

Oigo como Ana asiente y me dice que me de prisa mientras ella y Regina se van y las pierdo de vista. Voy corriendo a la vez que la tormenta corre conmigo. Una tormenta de verano que se da más prisa que yo, y que me moja de pies a cabeza. El viento se une y otra vez levanta mi pamela al vuelo. Esta vez no cae al suelo, empieza a elevarse hacia los truenos y vuelve a caer, por el precipicio. Me asomo con cuidado al acantilado y veo un punto rojo entre las olas que rompen. Aquel punto rojo se va hundiendo hasta que ya no sale más a la superficie y doy por perdida mi pamela, completamente.  Sigo hasta que me encuentro en el sitio en el que habíamos merendado. La tierra pisada por las prisas de Regina y Ana está formando charcos de barro. Me paro un momento y en medio de este vendaval imagino lo precioso que sería sentarse al borde, y ver como rompen contra ti las olas, sin tocarte, en este mar con rocas tan precipitadas.  No podría, en realidad, ahora sí que llegan las olas a la tierra, de lo furiosa que está el agua. En medio de aquel estruendo, recuerdo una melodía perdida que me tocó Ismael. No quiero seguir el mismo camino que mi sombrero, así que dejo de imaginar cosas y continúo.  Por fin me encuentro enfrente del coche, delante de las caras preocupadas de ellas dos, que se quedan mirando mi vestido que gotea por todas partes. En seguida me hacen meterme en el asiento de atrás y Ana arranca. Salimos de aquel solar y enfilamos carretera arriba para volver a casa. Regina, sentada a mi lado se me queda mirando con cara de preocupación cuando el primer estornudo sale de mí. Me manda quitarme el vestido y la miro con cara extrañada.

-Cariño, estás empapada. Es mejor que te quites el vestido y te cubras con esta manta. –me aconseja Regina mientras me tiende otra manta que había allí.

Hago lo que me dice, y nada más quitarme el vestido me abrazo a la manta. El tiempo no mejora a medida que nos alejamos del mar.

-¿Porqué traéis tantas mantas? –les pregunto.

-Para cosas como estas. No molestan, y mira que nos pueden servir. Ay Alma, siento que te hayas resfriado, el tiempo no anunciaba que iba a llover. –me dice Ana desde el asiento del conductor, girándose para ver como estoy.

Empiezo a estornudar sin parar mientras las gotas de lluvia aún van resbalando por mi pelo. Comienza a dolerme la cabeza, e intento dormir el resto del viaje hasta llegar a casa.

Azul (claro) /PARTE 1.1


-Despierta Alma, ya estamos aquí. –Regina me está dando golpecitos en el hombro cuando abro los ojos.

-¿Ya hemos llegado? –pregunto.

-Sí. Aquí estamos. Bueno, aún tenemos que caminar un poco, el mar está un poco más lejos.    –me cuenta Ana mientras abre el maletero para sacar la bolsa con la merienda.

El coche está aparcado en un solar vacío. El pueblo se ve si miras hacia atrás. Con casas pequeñas y todos los tejados azules. Parece muy pequeño, aunque nosotras estamos lejos.  Cogemos el camino que nos lleva hacia adelante y vamos caminando las tres bajo el sol, que aún quema. Ya es por la tarde, pero este agosto no se va a descansar ni un momento. 

-Ya estamos aquí. –anuncia Ana sonriente. Yo miro hacia adelante y no veo el mar por ninguna parte.

-No veo el mar, Ana. –le digo.

-Ay pequeña, una se tiene que acercar para verlo. –se ríe Regina.

Continuamos caminando hasta que ya no podemos caminar más. Un acantilado hace que nos paremos. El suelo está lleno de hierba, y me quedo de pie viendo a las dos estirar una manta enorme en el suelo y sentarse allí. En medio de la nada.

-Esto no es una playa. –les digo. Aunque resulta algo obvio, la verdad.

-Ya te lo hemos dicho. Esto es mucho más bonito. –me contesta Regina.

Me siento también en la manta. Estamos  las tres casi al borde del precipicio. No es un acantilado excesivamente alto, así que desde donde estamos, se ven las olas romper contra las rocas.

-A ver Ana, pásame la bolsa, que sacamos la merienda y comemos ahora. ¿Qué os parece? –Regina parece que tiene bastante hambre.

-Me parece perfecto, yo también tengo ganas de picar algo. –le contesta Ana.

Las dos me miran y yo asiento con la cabeza. De la bolsa que parece no tener fin aparece de todo. Sándwiches pequeños y dulces de chocolate. Me pregunto cómo se va a poder acabar tanta comida. Ana saca un termo lleno de té y tres vasos. Los llena y nos pone uno delante de cada una. Regina empieza a coger los pastelitos de chocolate y a beber el té.  Ana se distrae mirando las gaviotas que van y vienen mientras muerde como un ratoncito su sándwich. Yo cuando me doy cuenta ya me he acabado el té y hace rato que miro el acantilado. Les digo a las dos que voy a dar un paseo por los alrededores.

-No te caigas, ¿eh? –me avisa Ana mientras me voy yendo.

Es un acantilado no muy alto pero sí bastante largo.  Las gaviotas se sienten curiosas por mis pasos y me siguen como perros. Me voy alejando hasta que Regina y Ana son figuras diminutas en la otra punta. Empieza a soplar la brisa del mar mientras camino por el borde del precipicio. El vestido que llevo empieza a bailar y la pamela se me vuela unos metros más allá. Cuando la cojo me siento en la hierba y me la pongo. El sol se va cayendo a nadar en el mar, y el viento empieza a soplar. Me quedo mirando las olas mientras los pájaros vuelan sobre mí y se van hacía otro lugar. Levanto la vista al cielo justo en el momento en que una gota de agua cae sobre mi nariz.

martes, 14 de agosto de 2012

Azul /PARTE 1

Hoy es martes por la tarde y en las últimas veinticuatro horas no he hecho nada más que oír a Raquel. Ya estoy sola en casa, y como no tengo nada mejor que hacer, decido ir a visitar a Regina. Cuando toco a la puerta me abre Ana, como de costumbre, y paso a dentro. Hoy es un día de los más calurosos de todo el verano. Ana, que normalmente va en bata y delantal, ahora va con un camisón de tirantes. Yo me estoy convirtiendo en un charco de persona, pero mi abuela continua con su falda larga y su camisa de manga corta. Nunca entenderé, como las personas mayores pueden ir todo el año vestidas igual. Nunca parece que tengan ni frío ni calor. Misterios de la vida.

-Ahora mismo Regina y yo íbamos a ir a la playa, ¿te apetecería venirte con nosotras? –me pregunta Ana.

-Gracias, si os esperáis un momento y llamó a mi padre…

Si que me dejan. Le digo a las dos que en un minuto estoy ahí. Bajo corriendo a mi casa y me pongo un bikini. Subo otra vez y Ana ya se ha puesto otro vestido de volantes. Regina continúa vestida igual.

-Oh Alma, no vamos a una playa de arena. –me avisa mi abuela.

-¿A no? Bueno, ya estoy así… vayamos.

Vamos en el coche de Ana, ya que yo no tengo edad para tener coche, y Regina, pues tampoco. Ya me avisan las dos de que nos espera un largo trayecto, así que enseguida las ventanillas del coche quedan abiertas a tope. Me siento al lado de Regina en los asientos de detrás, y Ana delante pone la radio en marcha. Las tres llevamos pamelas enormes, cortesía del maletero del coche, donde hay una colección entera de sombreros. Me pongo las gafas de sol, y empiezo a ver como las calles de la ciudad corren al revés. En unos minutos las calles se van y los árboles son ahora los que van contra reloj. El sol esta en el centro del cielo. El mediodía hace poco que a pasado, y la carretera huele a verano. Ana empieza a cantar las canciones de un disco que no conozco, y Regina empieza a reírse de ella. Ana la mira con una mirada que mataría y luego empieza a reírse ella también. Me quedo pensando en que las dos suenan alegres, y me uno yo a las risas. Así va por la carretera un coche de cuatro ruedas con una mujer que ríe, una madre que no recuerda serlo y una nieta que no lo es. Acabamos cantando a pleno pulmón las tres, dando palmadas. En un momento todo me parece muy lejano. El viento cuela por mi ventana una flor amarilla que baila en el aire hasta que sale a seguir volando. Mientras el coche sigue rodando yo me voy durmiendo con la luz tatuándome sombras.

lunes, 13 de agosto de 2012

Radiofrecuencia Raquel

Efectivamente, ayer Raquel se sacó un karaoke del bolsillo. Después de la película más palomitas en casa, sacó un folleto del bolsillo donde anunciaban que esa noche habría karaoke en la Plaza Antica. Sin otra cosa mejor que hacer, y con Raquel aún saltando de alegría porque le había dicho que si que iríamos,  cogí el móvil y llamé a Marta y a Elena para ver si se apuntaban a venir con nosotras. Así que a las once de la noche estábamos encima del escenario Elena, Marta, Raquel y yo, cantando la de ‘mi carro, me lo robaron’ cuya letra se sabe todo el mundo, pero el título se les olvida. Nos fuimos a la una cada una a su casa. Bueno, yo he dormido esta vez en casa de Raquel. Esta vez las dos nos hemos despertado a la misma hora, porque la muy tonta se ha puesto el despertador a las diez para darle de comer a sus babosas.

-¿Pero que dices? ¿Tus babosas tienen horario y todo? –ahora mismo estoy medio dormida y alucinándola con Raquel.

-Claro tía, tengo que ser una buena mamá.

-¡Pues cómprate un Nenuco y a mi déjame dormir! Agg.

-Va, no te enfades. Hoy vamos a hacer algo guay.

-Aparte de comer, que para ti es muy guay, ¿Qué vamos a hacer? –no se que será para ella guay, pero a mi me asustan sus ideas.

-Vamos a… volar.

-Claro, espera  que cojo mi unicornio rosa plegable. –va, no te fastidia.

-Vale, no vamos a volar. Que te parece… ¿seguir durmiendo y pensar que hacemos cuando nos levantemos?

-Realmente, a veces si que tienes ideas guays Raquel. ¡Buenas mañanas!

Y las dos nos acostamos de nuevo. Eso si, después de que las babosas coman lechuga. Yo dudo que las babosas coman lechuga habitualmente, pero no me pienso meter…

domingo, 12 de agosto de 2012

Las babosas /PARTE 2.1

Las dos nos levantamos y vamos hacia la cocina. La casa está desierta. Veo una nota en la mesa donde pone que mi padre está en casa de Regina y que mi madre ha salido. Voy al armarito de los vasos y saco dos.  Raquel saca el cartón de leche y nos vamos al salón a tomárnoslo, con unas galletas, claro.

-¡Espera! Ahora vuelvo. –me dice Raquel y sale corriendo hacia la habitación. Yo me siento en el sofá y enchufo la tele.

-Ya estamos aquí. –ha vuelto con sus babosas. Agg.

-Tía, ¿tenemos que desayunar con las babas esas al lado?

-¿Porqué no? Son graciosas. –tengo mis dudas, la verdad, son un muermo.

-Pues porque es maltrato al animal ver como comes, ¡bestia!

-Tú aún no te has muerto, ¿no? –se la está jugando.

-Paso. Deja las babas donde yo pueda verlas, ¿eh? Bueno, ¿tenemos plan esta tarde?

-Mmms, haber que te parece Alma: cine en casa más palomitas de microondas más karaoke.

-Al menos que te saques el karaoke del bolsillo, no sé yo como vamos a tenerlo…

-Me lo sacaré, no te preocupes. –Raquel me guiña un ojo, y empiezo a pensar que lleva un karaoke entero en el bolsillo.

Las babosas empiezan a reptar por las paredes de su casita y Raquel se pone a mirarlas con la nariz pegada al cristal. En la televisión solo dan que dibujos aburridos, así que la apagamos al rato. Cuando se hace el silencio, Raquel empieza a hablar, y así nos tiramos hasta las tantas. Luego salimos a dar una vuelta por el pueblo, y se hace el mediodía. Se supone que va a pasar el día en mi casa hoy también, así que es radiofrecuencia-Raquel-veinticuatro-horas-sin-interrupción. Continua haciendo calor, demasiado calor.
Un día de estos, me enfado y  voy y me derrito.

Las babosas /PARTE 2

Ayer se nos hizo tarde a Raquel y a mi en el río, y como ella vive como a la otra punta de la ciudad, llamó a su madre para ver si la dejaba quedarse a dormir en mi casa, así que aquí estamos, las dos en dos colchones en el suelo de mi habitación. Bien, yo estoy despierta pero ella no. Me quedo sentada encima de la sábana y me pongo a mirarla. Duerme como un tronco, si pasara el ejército por debajo dudo que se fuera a enterar. Por la noche llegamos muy cansadas, así que nos acostamos enseguida. Yo le dejé un pijama que encontré tirado por el armario, pensé que ese ya había dejado de existir, pero allí estaba. Es de hace dos años, a ella le viene bien, a mi ya me venía pequeño cuando lo retiré. Raquel se da la vuelta y me da la espalda. Por encima veo su mochila. Voy a gatas hacia ella, la abro y me pongo a rebuscar. Saco el tarro que ayer llenó y vuelvo a mi colchón con él. El musgo va desapareciendo debajo de dos babosas negras y alargadas, llenas de babas, obviamente. Levanto el bote y la luz que entra por la ventana atraviesa las babosas. Ellas levantan sus antenitas hacia mí y yo me quedo ahí, observándolas. Voy hacia la ventana y las dejo allí. Sigo observándolas. Raquel se gira y da un bostezo. Se apoya sobre los codos y se me queda mirando.

-¿Qué haces? –y otro bostezo.

-Nada. Miraba tus babas. –le respondo.

-Nah. Babosas, Alma, babosas. En realidad te gustan.

-Si te refieres a que me gusta verlas caer a la acera desde un tercer piso, a tus babas, si.

-Va, fastídiate. –y me tira su almohada.

-¡Ey! –se la devuelvo yo y se empieza a reir.

-¿Desayunaaaaaamos? –me pregunta mientras estira los brazos.

-Bien, desayunemos.

sábado, 11 de agosto de 2012

Las babosas /PARTE 1

Ayer fue un día aburrido. No pasó nada, pero nada de nada. Hoy ha sido un día aburrido. No ha pasado nada de nada. La noche promete más; Raquel y yo hemos quedado para salir a hacer una expedición al río. Ella tampoco lo conocía. Bien, Raquel hace pocos años que vive aquí, pero es raro igualmente. Ya son las nueve en punto cuando Raquel aparece por mi casa. Las dos vamos en chándal y con deportivas. Una expedición, he dicho.

-¿Y qué? –Raquel me pregunta y yo no entiendo. Las dos estamos ya cruzando el puente (me he equivocado varias veces guiándonos pero he conseguido llegar al río).

-¿Y que qué? –le pregunto yo a ella.

-Aish, que ¿y qué? –dios, ¿y que qué?

-Tía enserio, ¿y que qué?

-¡Qué que tal! Madre Alma, no es difícil, ¿eh? –Raquel se pone de los nervios cuando no la entiendo (80% de las veces).

-Ah, yo bien, ¿y tú? –todo esto para esto.

-¡Alma! No te hagas la tonta.

-¡Raquel! No me hago la tonta. – conversación de besugos.

-Pufff. ¿Qué tal Ismael? –ah, yo comprendo.

-Ah, bien. Vuelve dentro de cuatro días, ahora está en casa de su hermana. Me contó como se había quedado, eh… invidente.

-¿A si?

-Si. Sufrió un accidente de tráfico…

-Pobre chico. –pobre Isma. –No me cuentes mas, no es asunto mío no te preocupes.

-Vale. ¿Tienes hambre? –y la respuesta es…

-¡Por supuesto! Saca los sándwiches de la mochila, nos sentamos por aquí y luego continuamos.

Después de cenar el cielo se apaga y nos deja completamente a oscuras. Raquel y yo sacamos las linternas y continuamos caminando por la orilla del río. Todo está muy embarrado aunque es verano, y los bichos van saltando por todos lados. Seguimos caminando y caminando hasta que Raquel se para y me manda sacar un bote de cristal (con tapa). Se agacha y arranca un trozo de musgo y lo mete dentro del bote.

-Oye Alma, enfoca ahí por favor. –ilumino con la linterna el rincón que me pide.

-De verdad que nunca entenderé esa afición tuya Raquel…

Ella coge algo que se mueve. Bastante grande, y lo mete con el musgo. Lo cierra y se lo mete dentro de la mochila.

-Bien, ¿seguimos?

Que remedio, pienso. Me hace gracia verla coger bichos. Me debe unos cuantos favores por acompañarla en sus expediciones, se lo tengo dicho.

viernes, 10 de agosto de 2012

El sueño del siroco


Abro los ojos y me encuentro tumbada. La arena me quema la piel. El desierto se extiende sobre mí. El sol me ciega cuando miro al cielo. Las notas vuelan como granos de sal en una canción que no tiene ni principio ni fin. Me quedo sentada en un suelo arduo. El horizonte es una fina línea gris. El horizonte se encuentra lejos, muy lejos de mí. Durante horas las dunas invaden mis ojos. Voy por un sendero aún invisible. Las huellas que dejo se convierten en los pasos del silencio. “Caminante no hay camino, se hace camino al andar.” Un camino que se lleva las palabras y un recuerdo que las trae de vuelta. Navegando en un mar ocre que arde bajo mis pies, me encuentro sola, perdida, hasta que veo una estela de bienvenida.

-¿Dónde estoy? –le grito a la estela azul.

Sin respuesta, una luz me hiela y me deshago en el aire. Me vuelvo a formar en un segundo y me encuentro en un palacio de cristal. La noche cerrada traspasa la cúpula etérea sobre mí. Camino sin saber bien hacia donde debo ir. En un momento ahogo un grito mientras caigo en un agujero que se ha formado en el suelo. Caigo en un lago trasparente y sigo avanzando, nadando en los tentáculos del agua. Mientras nado y sigo hacia delante, se abre un bosque verde sobre mí. El amanecer nace tras los árboles, altivos. Voy en un río que me puede y cada vez más el cansancio sobre mi se cierne, y me derrota. Voy a la deriva hundiéndome hacia las piedras redondas del fondo, mientras unos peces incoloros me muerden y mi cuerpo se deshace poco a poco. Muero y me convierto en confeti rojo que va adornando las gargantas de los peces del fondo. En el fondo, en lo mas hondo, veo desde arriba, como mi mente se hace trizas.

-¿Qué ha sido de mi? –pregunto a un cangrejo mientras me engulle y me calla.

Siento como desaparezco y una ola de sal llueve mi sangre sobre mi desierto. Una ráfaga del siroco se acerca a mi muerto y me lleva al vuelo.

Las campanadas de la iglesia me despiertan y dejo por fin, el sueño del siroco. Me levanto de la cama y asomo mi cabeza por la ventana. La luz del mediodía hace que entrecierre los ojos. Ayer me acosté tarde. Ismael se va a casa de su hermana. Vuelve en cinco días. Doy un largo bostezo y me quedo mirando la ciudad ajetreada.

jueves, 9 de agosto de 2012

Pétalos de rosa /PARTE 2.1


Las luces de la parte sur de la ciudad se ven mientras se alejan cada vez más. Ismael y yo estamos sentados al borde del puente. Nunca había estado aquí y mira que me he recorrido toda la ciudad de punta a punta. Aunque es una ciudad pequeña. Esta noche no hemos ido ni a un restaurante ni a nada así. En la plaza (en una de las plazas) se estaban celebrando las fiestas de verano. Yo no tenía ni idea, y creo que mi madre tampoco. No sé como lo sabía él, pero el caso es que hemos ido y allí había de todo para comer. Apenas una hora después de haber llegado allí ya nos íbamos. No me quería decir a donde.

-¿Alguna pista? –no me gusta ir a donde no se que voy.

-Permíteme decirte por undécima vez, que no. –y se ríe. El muy cabezota va y se ríe.

De pronto ya no conocía la ciudad. No sé porque calles íbamos ni quien vivía allí. No reconocía el nombre de las tiendas. No reconocía el sonido del río. Yo no conocía ningún río.

-Creo que ya estamos aquí.

Estábamos cruzando el puente y en la mitad, Ismael se para. Se sienta ahí. Me quedo de pie, hasta que decido sentarme también.

-¿Sabías que había un río aquí? –me pregunta.

-Sabía que había un río, pero no sabía donde. –me acabo de enterar, la verdad.

-Se oye precioso, ¿no?

-Si, es bonito. –cierro los ojos. Se oye precioso.

Se van durmiendo las luces de la ciudad. Las farolas del puente siguen despiertas, titilando. Una noche de agosto fresca sobre el agua que va rodando. Después de un rato hablando sobre cosas intrascendentes se hace el silencio. Después del silencio Ismael se gira buscando algo en su mochila. Saca unos papeles, y vuelve a hablar.

-Yo quería que vieses una cosa, lo siento si esperabas una cena con pétalos de rosas pero… -empieza.

-No necesito pétalos de rosas ni cenas caras para estar a gusto, no te preocupes. –le corto. –Bueno, ¿Qué querías enseñarme?

-Toma. –Ismael me pasa los papeles. Es un periódico. Leo el titular de la página por la que esta abierta.

“EL CHOQUE DE UN AUTOBÚS Y UN COCHE DEJA CINCO FALLECIDOS Y UN NIÑO HOSPITALIZADO. LOS DEMÁS INDIVIDUOS SALEN HERIDOS LEVES DEL SINIESTRO.”

miércoles, 8 de agosto de 2012

Pétalos de rosa /PARTE 2


El timbre  suena. Me asomo y veo a Raquel acabando de hacerse la coleta. Le abro y pasa enseguida a mi casa. Me saluda de reojo y va a la cocina. Se sienta en la encimera y espera a que yo vaya.

-¿Tienes un zumo o algo? Ufffffffff. ¡Me estoy muriendo de hambre! –me hace gracia que siempre, siempre, se esté muriendo de hambre.

Saco dos vasos y abro la nevera. Cojo un cartón de zumo ‘natural’ de a saber que colorantes y los lleno. Le doy uno a ella y el otro me lo voy bebiendo yo muy despacio. A los dos segundos Raquel ya se lo ha acabado y empieza a contarme de todo. De todo, de todo. Y yo me entero de nada, de nada.

-… y entonces he visto a Mónica y a Cris que iban hacia el parque y no se para que, porque a estas horas –blablablabla- … y luego se ha ido supongo que a su apartamento, ¿Quién es? Bueno, que el otro día me dijo Miguel que para las recuperaciones de…

-¿Qué has dicho? –entre toda la metralla de palabras creo haber oído ¿ciego?

-Pues tía, que Miguel se ha cargado las matemáticas y para septiembre tiene que…

-No, no. Lo de antes. –además, ya sé que Miguel se la ha cargado.

-Ey, no me escuchas. Que cuando subía un chico me ha saludado, y cuando me he girado he visto que era ciego y me he quedado como ‘¡Pobre!’ Pero si decías lo de Cris y…

-No, era eso. Ah, nada. Bien, ¿salimos a dar una vuelta? –cojo el móvil  y ya estoy fuera del piso esperando a que Raquel venga.

-¿Eso? ¿Lo conoces? ¡Cuenta! - /Raquel curiosa modo on/ .

-Se llama Ismael. Es ciego y toca el piano. Tiene diecinueve. Esta noche he quedado con él.

-Haber cariño, ¿¡qué!? –y aquí está Raquel emocionadísima.

Le resumo que el otro día bajé y hablamos un rato. Me ahorro lo del bicho y demás. Después de sus ‘¡oh!’ y ‘¿enserio? ’ cambiamos de tema. Pasamos la tarde de aquí a allá y ya se hacen las nueve menos cuarto cuando estamos por mi calle. Raquel me acompaña siempre hasta mi casa, así que subimos las dos las escaleras. Cojo las llaves de mi bolso y abro. Voy hacia el salón a decirle a mi madre que ya estoy aquí y mi amiga me espera en la puerta hasta que vuelva a despedirme. Entro en el salón. Me quedo allí donde estoy. Ismael está con mi madre.

-¿Ismael? –vale, ¿me he vuelto a perder algo?

-Hola Alma, acabo de conocer a Ismael, que porcierto, es un chico muy simpático. Me ha convencido para que le deje llevarte a cenar. Llevamos hablando mucho rato. –mi madre está muy rara. Yo estoy alucinando. Ismael empieza a hablar.

martes, 7 de agosto de 2012

Pétalos de rosa /PARTE 1

El sol entra por mi ventana. Me levanto medio dormida de la cama y veo que aún es muy temprano. Son las siete de la mañana y creo que ya no me voy a poder dormir otra vez. Cojo y me pongo el chándal. He decidido que me voy a dar una vuelta hasta el parque del vecindario. Abro la puerta de casa y mi madre se asoma desde el salón; ella tiene que estar despierta ya, pues se va a trabajar, también muy temprano. Me da permiso para irme (me iba a ir igualmente) y salgo. Tres plantas mas tarde, estoy en la calle, y se nota con creces que estamos en pleno verano. Voy calle arriba y por la acera me cruzo con varias personas. Personas cansadas que se van al trabajo, y personas cansadas que vuelven del trabajo. La calle esta custodiada por unos gigantes árboles cuyo nombre ni sé y dudo que vaya a saber nunca. El parque me espera a unos diez minutos aún, y me fijo en una mujer que va hablando por la calle. Va hablando sola. Habla con otra ¿mujer? Invisible para los demás. Pobre. Me distraigo contando los coches amarillos que pasan y deseando que ojala estuviera alguien a mi lado para pegarle cuando veo uno. Todo el mundo lo hace. Bueno, yo lo hago. Sigo caminando y caminando y me pongo a mirar a los perros que pasan con sus dueños. ¿Los perros tendrán nombres entre ellos? Pregunta esencial, y como no sé respuesta, paso bastante del tema. Ya estoy llegando al parque, y voy al banco más cercano. Me pongo los auriculares y empiezo a escuchar música. No me había dado cuenta de que estaba ahí hasta que me ha chupado la pierna. Bebé Ramón en una lucha exhaustiva para escapar de su padre se me ha aparecido delante. Juan viene enseguida, y me da las gracias. No sé porque, porque realmente casi piso a su hijo. Cojo al bebé y me voy a los columpios. Juan me vuelve a dar las gracias y se compra un periódico en el quiosco de la esquina. Se pone a leer. Yo prefiero no saber como va el mundo. Todo va fatal, así que puede ir fatal con mi ignorancia también. ¡Hay que ser feliz! Pero sin pasarse, no vale atracar un banco y darte a la fuga a Andorra. Estoy con Ramón un buen rato, hasta que se hacen las ocho y pico y su padre lo recoge. Yo como no tengo nada que hacer ahí, me voy también a casa. El plan es mirarme la película que me ha dejado Ana de Aghata Christie. Insistió tanto que al final me la lleve. Es muuuy antigua, pero bueno. Luego me haré la comida y me ducharé, si eso. Me tendré que arreglar, o bueno, no hace falta. A las nueve bajaré a ver a Ismael. Seguramente pasaré la tarde con Raquel.
Bebé Ramón me llama desde la otra acera y me sonríe. Yo también sonrío a bebé Ramón.

lunes, 6 de agosto de 2012

El puf

La señora Carmen ha venido hoy a mi casa. Mis padres me han llamado; hoy se van a quedar a comer en casa de la tía Rebeca. También han llamado a Carmen, ya que no se fían de mí, como veo. Ella ha bajado sobre las doce, y aquí estamos las dos sentadas en el salón de mi casa. No hay nada que hacer. Mis padres si que son amigos de Carmen, pero yo apenas he hablado con ella. Me parece una mujer muy… extrovertida, por decirlo así. Estamos muy calladas las dos, así que le digo que si quiere hacer algo. Levanta la vista de la revista que estaba leyendo y me pregunta si quiero subir a su casa. Me parece bien, nunca he subido a su apartamento. Enfilamos escaleras arriba y delante de su puerta saca las llaves y abre. Realmente es un piso enorme. Eso si, el noventa por ciento de todo, esta ocupado por tonterías. Hay desde gatos negros de madera de un metro y pico hasta cojines de colores con formas por toda la casa. Tirados por el suelo aquí y allá. Parece que allí viva una niña de seis años. La señora Carmen va a la habitación y me deja sola unos minutos en lo que creo que es una cocina. Digo que creo, porque la cafetera es un perrito, y las sartenes están llenas de flores. Alomejor estoy en un parque y no lo sé, a saber.

-Alma, ¿te apetece cocinar un rato?

Carmen se ha cambiado. Va en chándal. ¿En chándal? ¡Oh Dios mío! Va en chándal y destaconada.

-Eh… ¿Qué vamos a cocinar? –yo nunca he cocinado mucho, que digamos.

-Te apetecen… no sé, ¿magdalenas? –si, creo que me apetecen magdalenas.

Me pongo un delantal (lleno de corazoncitos y caritas sonrientes) y me preparo a aprender a cocinar magdalenas. A la una ya hemos acabado con todas y hace un rato que estamos hablando. Creo que me había llevado una mala impresión. Carmen no es tan… tan como imaginaba. Me ha enseñado su piso y he aceptado su invitación de volver otro día. Y de repente…

¿Es lo que creo que es? Si.

Me acerco lentamente y… me tiro encima. ¡Un puf! Adoro los pufs. No sé  porque se llaman así, pero seguramente es porque cuando te sientas dices ‘puf’.

Yo tenía un puf… de pequeña. No sé que fue de él, la verdad. Un día me levanté y ya no estaba. Una historia realmente trágica, lo sé. Lo importante es que ahora la señora Carmen es mi heroína. Me ha dado el puf. Yo no entendía como alguien puede deshacerse de uno, pero ya lo comprendo. En su cuarto tiene cinco pufs. Yo estoy aún alucinando en colores. Es  obsesión por los pufs, tengo conciencia de ello, pero son taaaan blanditos.

Mis padres han llamado, que ya vienen a casa. Ya son las cuatro, y me despido de mi ‘niñera por un día’. Me llevo el puf arrastras. Todo el mundo ha querido tener siempre uno, se ha de admitir. Paz y amor. Tanto puf que se me había olvidado, mañana Ismael me quería enseñar una cosa ‘sorpresa’. Bien, voy a tener una tarde-noche muy constructiva haciendo pufing.

domingo, 5 de agosto de 2012

La telaraña púrpura /PARTE 3.3

Los acordes se alegran y el bicho empieza a bailar sobre la mano de Ismael. El sonríe y yo me quedo mirándolos a los tres, allí como si no estuviera, de pie. Mirando al piano, al bicho y a Ismael. Yo también sonrío, y pienso que es solemne aquel baile de manos y patas, y cierro los ojos. La música para.

-Ya puedes volar pequeño. –Ismael suelta al bicho, y él de veras que parece indeciso. Al final se marcha volando. Nunca sabre que era ese punto negro. Tampoco lo quiero saber. No es mi bicho.

El pianista acaba el concierto por hoy. Permanece sentado en la baqueta y me pide que tome asiento a su lado. Cojo una silla de la cocina y ahí estoy.

-Tienes buen ojo para la danza Alma. Por lo menos en lo que respecta a los bichos. –se ríe bajo y yo lo acompaño. Si es que no hay mayor estupidez que un bicho bailando. Y se lo digo.

-¿Cómo? ¡Si es estupendo!

-Si es tan solo un bicho bailando. En una telaraña. –respondo simplemente.

-¿En una telaraña? –si pregunta, yo le cuento.

-Parecía que estuviese atrapado. Solo se movía cuando tú lo hacías. Era gracioso. –si era gracioso.

-Entonces… ¿yo soy la araña? –el bicho era gracioso. Ismael también. Tal vez sea bicho en el interior, me pongo a pensar.

-Exacto –buen razonamiento el suyo.

-El bicho en la telaraña púrpura.

-Lo siento, creo que la que está perdida ahora soy yo… ¿púrpura? –vale, me pierdo.

-Las canciones que he tocado durante estos días, son de una recopilación de un autor anónimo que se llaman ‘Notas púrpuras’

-Pues, ¡señoras y señores, el espectáculo de hoy “El bicho en la telaraña púrpura” ha finalizado!. Por favor, vuelvan otro día y no se olviden sus palomitas. –anuncio con voz de tío de circo.

Las notas del piano vuelven a sonar en el aire. Nuestras voces las acompañan durante tiempo. Da igual que sea ciego.