No sé cómo me lo hago pero siempre me despierto a la
misma hora. Desgraciadamente. Muerta de hambre, voy al salón. Allí veo que mis
padres ya están levantados y sirviéndose el café. Cansados. Yo no. Desayuno
tostadas, ya que la tostadora hoy me ha dado una tregua. Esta mañana, mientras
los tres desayunábamos les he preguntado si ellos también habían oído el piano
aquella noche, y parece que no. Resulta que la sala donde el villano tiene su
arma se encuentra justamente debajo de mi cuarto. Qué bien, opino con sarcasmo.
Esa es su teoría; la mía es que quizá me vuelva loca y acabe viendo osos panda
lilas gigantes. Creo que no. Cuando le he dicho a mi madre que más tarde iba a
visitar al señor o señora del piano, no se ha opuesto. Total, no tengo nada
mejor que hacer. La verdad es que me daba un poco de cosa, pero pasaba de que
me despertaran otra vez.
Así que aquí estoy. Mientras bajaba las escaleras me he
encontrado con la señora Carmen, la del apartamento de arriba, el cuarto C. Con
sus tacones como de costumbre, anunciándose a los mil kilómetros. Iba muy deprisa
y me ha dado los buenos días rápidamente. Ya la he perdido de vista, ya que
estoy delante de la puerta del segundo A. He decidido bajar ahora, que son como
las once. Seguramente no hay nadie, pero antes temía despertar a quien fuera
(aunque sería una pequeña venganza). Por probar suerte nadie se muere. Toco el
timbre, y creo que oigo unos pasos acercándose. Y así es, además una voz me
está anunciando que ya me abren. Me abren. Decididamente no es el señor o
señora que me esperaba.
-¿Y tú pretendes cometer un asesinato? –me acaba de salir
del alma. No esperaba a alguien, ¿así?
-¿Cómo dices? –responde riéndose de mí.
Bien, este tío sí que es raro. Le pongo cinco años más
que yo, nada más. No me puedo creer que me despierte uno que apenas se ha
sacado el carné. Alto, más que yo.
-¿A qué viene esa acusación si se puede saber? –dice el
tío alto.
-Ah –estoy realmente indignada. Pensaba discutir con un
señor mayor, la verdad.
-Bien, no pretendo asesinar a nadie. Soy Ismael, ¿y tú
eres…? –me dice aún riéndose. Creo que me voy a mosquear.
-Alma. –y entonces me doy cuenta. -¡Oh! –exclamo
-No te preocupes. –replica sonriéndome.
-Yo, lo siento no sabía qué, pues, eso y… -¡Qué vergüenza!
Creo que estoy roja. Aunque él no lo
pueda ver, lo sabe seguro.
-¿Qué no sabías que era ciego? No tenías por qué saberlo
tampoco.Tranquila. ¿Querías algo?
-Yo, bueno, mejor vuelvo en otro momento, tengo que hacer
unas cosas y, bueno ya me voy. –quiero irme, ¡ya!
-Si quieres algo, pásate esta tarde, o cuando quieras.
Estoy casi todo el día aquí. –sonríe. ¡Que deje de sonreír! A mí no me hace
gracia. –Encantado de conocerte Alma. ¡Ah! Si no te molesta, ¿Cuántos años
tienes?
-Quince. -¡y a él que le importa!
Me doy la espalda y ya me estoy yendo cuando Ismael me
suelta un ‘Hasta luego’, acompañado de un ‘Yo diecinueve, ¡nos vemos!’. ¡Y a mi
qué! Decididamente no vuelvo. No esperaba un ciego. Y menos a uno de diecinueve
que me hiciera quedar como una tonta. Ale. A mi casa.
Muy bueno el dialogo, por ahi te quiero ver
ResponderEliminar