Las dos nos levantamos y vamos hacia la cocina. La casa está desierta. Veo una nota en la mesa donde pone que mi padre está en casa de Regina y que mi madre ha salido. Voy al armarito de los vasos y saco dos. Raquel saca el cartón de leche y nos vamos al salón a tomárnoslo, con unas galletas, claro.
-¡Espera! Ahora vuelvo. –me dice Raquel y sale corriendo hacia la habitación. Yo me siento en el sofá y enchufo la tele.
-Ya estamos aquí. –ha vuelto con sus babosas. Agg.
-Tía, ¿tenemos que desayunar con las babas esas al lado?
-¿Porqué no? Son graciosas. –tengo mis dudas, la verdad, son un muermo.
-Pues porque es maltrato al animal ver como comes, ¡bestia!
-Tú aún no te has muerto, ¿no? –se la está jugando.
-Paso. Deja las babas donde yo pueda verlas, ¿eh? Bueno, ¿tenemos plan esta tarde?
-Mmms, haber que te parece Alma: cine en casa más palomitas de microondas más karaoke.
-Al menos que te saques el karaoke del bolsillo, no sé yo como vamos a tenerlo…
-Me lo sacaré, no te preocupes. –Raquel me guiña un ojo, y empiezo a pensar que lleva un karaoke entero en el bolsillo.
Las babosas empiezan a reptar por las paredes de su casita y Raquel se pone a mirarlas con la nariz pegada al cristal. En la televisión solo dan que dibujos aburridos, así que la apagamos al rato. Cuando se hace el silencio, Raquel empieza a hablar, y así nos tiramos hasta las tantas. Luego salimos a dar una vuelta por el pueblo, y se hace el mediodía. Se supone que va a pasar el día en mi casa hoy también, así que es radiofrecuencia-Raquel-veinticuatro-horas-sin-interrupción. Continua haciendo calor, demasiado calor.
Un día de estos, me enfado y voy y me derrito.
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