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Sara

martes, 14 de agosto de 2012

Azul /PARTE 1

Hoy es martes por la tarde y en las últimas veinticuatro horas no he hecho nada más que oír a Raquel. Ya estoy sola en casa, y como no tengo nada mejor que hacer, decido ir a visitar a Regina. Cuando toco a la puerta me abre Ana, como de costumbre, y paso a dentro. Hoy es un día de los más calurosos de todo el verano. Ana, que normalmente va en bata y delantal, ahora va con un camisón de tirantes. Yo me estoy convirtiendo en un charco de persona, pero mi abuela continua con su falda larga y su camisa de manga corta. Nunca entenderé, como las personas mayores pueden ir todo el año vestidas igual. Nunca parece que tengan ni frío ni calor. Misterios de la vida.

-Ahora mismo Regina y yo íbamos a ir a la playa, ¿te apetecería venirte con nosotras? –me pregunta Ana.

-Gracias, si os esperáis un momento y llamó a mi padre…

Si que me dejan. Le digo a las dos que en un minuto estoy ahí. Bajo corriendo a mi casa y me pongo un bikini. Subo otra vez y Ana ya se ha puesto otro vestido de volantes. Regina continúa vestida igual.

-Oh Alma, no vamos a una playa de arena. –me avisa mi abuela.

-¿A no? Bueno, ya estoy así… vayamos.

Vamos en el coche de Ana, ya que yo no tengo edad para tener coche, y Regina, pues tampoco. Ya me avisan las dos de que nos espera un largo trayecto, así que enseguida las ventanillas del coche quedan abiertas a tope. Me siento al lado de Regina en los asientos de detrás, y Ana delante pone la radio en marcha. Las tres llevamos pamelas enormes, cortesía del maletero del coche, donde hay una colección entera de sombreros. Me pongo las gafas de sol, y empiezo a ver como las calles de la ciudad corren al revés. En unos minutos las calles se van y los árboles son ahora los que van contra reloj. El sol esta en el centro del cielo. El mediodía hace poco que a pasado, y la carretera huele a verano. Ana empieza a cantar las canciones de un disco que no conozco, y Regina empieza a reírse de ella. Ana la mira con una mirada que mataría y luego empieza a reírse ella también. Me quedo pensando en que las dos suenan alegres, y me uno yo a las risas. Así va por la carretera un coche de cuatro ruedas con una mujer que ríe, una madre que no recuerda serlo y una nieta que no lo es. Acabamos cantando a pleno pulmón las tres, dando palmadas. En un momento todo me parece muy lejano. El viento cuela por mi ventana una flor amarilla que baila en el aire hasta que sale a seguir volando. Mientras el coche sigue rodando yo me voy durmiendo con la luz tatuándome sombras.

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