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Sara

viernes, 17 de agosto de 2012

Azul (oscuro) /PARTE 1.2


Levanto los brazos hacia arriba y gota a gota se van empapando las palmas de mis manos. Me doy cuenta de que las nubes blancas ahora han desaparecido y el cielo está cubierto por unas nubes oscuras que empiezan a llorar cada vez más fuerte. Me levanto y me giro en busca de Ana y Regina. Veo como sus sombras se apresuran a recogerlo todo. Están aún muy lejos de mí, y si me esperan van a acabar empapadas. Coger un resfriado a la edad de mi abuela creo que no será buena idea. De repente me llega la voz de Ana gritando mi nombre.

-¡Alma! –grita en mi dirección.

-¡Ir yendo hacia el coche, yo ahora voy! –les contesto lo más alto que puedo. La nada que hay en este acantilado hace que el eco resuene por todos lados.

Oigo como Ana asiente y me dice que me de prisa mientras ella y Regina se van y las pierdo de vista. Voy corriendo a la vez que la tormenta corre conmigo. Una tormenta de verano que se da más prisa que yo, y que me moja de pies a cabeza. El viento se une y otra vez levanta mi pamela al vuelo. Esta vez no cae al suelo, empieza a elevarse hacia los truenos y vuelve a caer, por el precipicio. Me asomo con cuidado al acantilado y veo un punto rojo entre las olas que rompen. Aquel punto rojo se va hundiendo hasta que ya no sale más a la superficie y doy por perdida mi pamela, completamente.  Sigo hasta que me encuentro en el sitio en el que habíamos merendado. La tierra pisada por las prisas de Regina y Ana está formando charcos de barro. Me paro un momento y en medio de este vendaval imagino lo precioso que sería sentarse al borde, y ver como rompen contra ti las olas, sin tocarte, en este mar con rocas tan precipitadas.  No podría, en realidad, ahora sí que llegan las olas a la tierra, de lo furiosa que está el agua. En medio de aquel estruendo, recuerdo una melodía perdida que me tocó Ismael. No quiero seguir el mismo camino que mi sombrero, así que dejo de imaginar cosas y continúo.  Por fin me encuentro enfrente del coche, delante de las caras preocupadas de ellas dos, que se quedan mirando mi vestido que gotea por todas partes. En seguida me hacen meterme en el asiento de atrás y Ana arranca. Salimos de aquel solar y enfilamos carretera arriba para volver a casa. Regina, sentada a mi lado se me queda mirando con cara de preocupación cuando el primer estornudo sale de mí. Me manda quitarme el vestido y la miro con cara extrañada.

-Cariño, estás empapada. Es mejor que te quites el vestido y te cubras con esta manta. –me aconseja Regina mientras me tiende otra manta que había allí.

Hago lo que me dice, y nada más quitarme el vestido me abrazo a la manta. El tiempo no mejora a medida que nos alejamos del mar.

-¿Porqué traéis tantas mantas? –les pregunto.

-Para cosas como estas. No molestan, y mira que nos pueden servir. Ay Alma, siento que te hayas resfriado, el tiempo no anunciaba que iba a llover. –me dice Ana desde el asiento del conductor, girándose para ver como estoy.

Empiezo a estornudar sin parar mientras las gotas de lluvia aún van resbalando por mi pelo. Comienza a dolerme la cabeza, e intento dormir el resto del viaje hasta llegar a casa.

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