Cuando se marchó Alma, me quedé una vez más solo en casa. Me
sentía un poco vacío. Des de que la conozco es la única que viene a hacerme
compañía. Era agradable tener a alguien
con quien poder hablar, además era mejor tener a alguien feliz con quien
hablar, no como el resto de la gente que hablaba conmigo mientras piensa todo
el rato ‘pobre chico, es ciego’. Todo el rato. Se les nota en la voz. De veras.
Ella era más pequeña, por eso a veces se le olvidaba que estaba con alguien que
no puede ver, y tan poco parecía que le importase mientras me hablaba, así que
a mí me importaba menos si estábamos los dos. Si alguien piensa que volver a la
realidad es complicado, se equivoca. La realidad es que soy una persona como
otra cualquiera. Para llenar un espacio desierto de tiempo empecé a tocar el
piano. Se me ocurrió tocar ‘Think’, pero se me fueron las ganas en seguida, y
empecé con una de las miles de millones de melodías lentas que me sabía.
Después de un rato, salí al balcón para que me diese un poco
el aire. Imaginé las estrellas caer. Casi llegué a pensar que las sentía cuando
eran lágrimas las que llovían. Era una noche silenciosa y apagada. Hacía frío,
la verdad. No entendí el porqué de aquellas lágrimas. La ceguera, las
estrellas, vacío... Pero me erguí, y dejé de llorar, para volver a la
normalidad. Era cierto que tenía cuatro
años más, y por supuesto no era amor. Era seguridad. Una chica tan resuelta y
desinteresada me inspiraba protección. Ella no, si no el hecho de que alguien
aquí pudiera pasar por alto al menos unos momentos mi condición. Porque no era
el fin del mundo. Era el fin del mundo que antes vivía, pero no había cambiado
todo. Intentaba mostrarme indiferente la mayoría de las veces, o por lo menos
fuerte, pero tristemente no era así, muchas otras veces.
No creía en las estrellas
fugaces, pero aún así, aquel día pedí a una que Alma, que una mano amiga, no soltase mi mano nunca más.
Decidí entrar de nuevo, y ponerme
a tocar otra vez. Estaba haciéndolo cuando el teléfono sonó. No sabía la hora
que era, pero era muy tarde. Me asuste un poco al pensar lo que podía ser.
-¿Dígame?
-Oye, al final volveré a mi idea
principal sobre que eres un psicópata que no quiere dejar dormir para
asesinar. –me contestaron al otro lado
de la línea.
-¿Alma? –repuse extrañado.
-No, tu abuela. –Me soltó
sarcástica- Enserio, deja de tocar, porfavooor,
que me muero de sueño. Deberías irte a
la cama como yo. Tanto sueño…
-Tienes razón, se me olvida a
veces que me oyes. Buenas noches Alma. –estuve esperando un ‘buenas noches’
suyo unos diez segundos antes de darme cuenta de que se había dormido.
Me quedé unos segundos más oyendo
como respiraba y colgué. Me sonreí. Ella tenía razón, yo también necesitaba
descansar un poco. Le di las buenas noches a la nada antes de meterme en la
cama, y enseguida caí redondo. Tanto sueño… realmente. El fin de un día
sencillo.
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