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Sara

viernes, 7 de septiembre de 2012

Quinientas treinta notas de Ismael.


Cuando se marchó Alma, me quedé una vez más solo en casa. Me sentía un poco vacío. Des de que la conozco es la única que viene a hacerme compañía.  Era agradable tener a alguien con quien poder hablar, además era mejor tener a alguien feliz con quien hablar, no como el resto de la gente que hablaba conmigo mientras piensa todo el rato ‘pobre chico, es ciego’. Todo el rato. Se les nota en la voz. De veras. Ella era más pequeña, por eso a veces se le olvidaba que estaba con alguien que no puede ver, y tan poco parecía que le importase mientras me hablaba, así que a mí me importaba menos si estábamos los dos. Si alguien piensa que volver a la realidad es complicado, se equivoca. La realidad es que soy una persona como otra cualquiera. Para llenar un espacio desierto de tiempo empecé a tocar el piano. Se me ocurrió tocar ‘Think’, pero se me fueron las ganas en seguida, y empecé con una de las miles de millones de melodías lentas que me sabía.

Después de un rato, salí al balcón para que me diese un poco el aire. Imaginé las estrellas caer. Casi llegué a pensar que las sentía cuando eran lágrimas las que llovían. Era una noche silenciosa y apagada. Hacía frío, la verdad. No entendí el porqué de aquellas lágrimas. La ceguera, las estrellas, vacío... Pero me erguí, y dejé de llorar, para volver a la normalidad.  Era cierto que tenía cuatro años más, y por supuesto no era amor. Era seguridad. Una chica tan resuelta y desinteresada me inspiraba protección. Ella no, si no el hecho de que alguien aquí pudiera pasar por alto al menos unos momentos mi condición. Porque no era el fin del mundo. Era el fin del mundo que antes vivía, pero no había cambiado todo. Intentaba mostrarme indiferente la mayoría de las veces, o por lo menos fuerte, pero tristemente no era así, muchas otras veces.

No creía en las estrellas fugaces, pero aún así, aquel día pedí a una que Alma, que una mano amiga,  no soltase mi mano nunca más.

Decidí entrar de nuevo, y ponerme a tocar otra vez. Estaba haciéndolo cuando el teléfono sonó. No sabía la hora que era, pero era muy tarde. Me asuste un poco al pensar lo que podía ser.

-¿Dígame?

-Oye, al final volveré a mi idea principal sobre que eres un psicópata que no quiere dejar dormir para asesinar.  –me contestaron al otro lado de la línea.

-¿Alma? –repuse extrañado.

-No, tu abuela. –Me soltó sarcástica-  Enserio, deja de tocar, porfavooor, que me muero de sueño.  Deberías irte a la cama como yo. Tanto sueño…

-Tienes razón, se me olvida a veces que me oyes. Buenas noches Alma. –estuve esperando un ‘buenas noches’ suyo unos diez segundos antes de darme cuenta de que se había dormido.

Me quedé unos segundos más oyendo como respiraba y colgué. Me sonreí. Ella tenía razón, yo también necesitaba descansar un poco. Le di las buenas noches a la nada antes de meterme en la cama, y enseguida caí redondo. Tanto sueño… realmente. El fin de un día sencillo.

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