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Sara

martes, 16 de octubre de 2012

Elisabeth /PARTE 1


Estaba sentada en la cafetería, un poco muerta de sueño, ya que me había acostumbrado a levantarme muy tarde todos los días en verano. Eran las once de la mañana, pero eso no era nada comparado con levantarse a las siete, costumbre que había tenido que retomar con el inicio de las clases. De nuevo el día me sorprendía más oscuro, y el tiempo era totalmente inestable. Hacía unas semanas que había empezado el curso, y con tantos deberes y tanto estudiar no había visto a Ismael apenas. Me había pasado las tardes libres con Raquel y las demás, que aunque en verano nos habíamos visto bastante, ahora nos habíamos vuelto a unir más. Así que ahí estaba, despierta a las once, tomándome un zumo en la cafetería del conservatorio de música. No hace falta decir que estaba allí con Ismael. Me había pedido que lo acompañara y yo accedí.

El zumo me lo había llevado sin pagar, así que ahora pasaba por la barra a dejar mis cinco euros (también me había tomado un croissant) cuando me di cuenta de que tan solo llevaba dos monedas de un céntimo en el monedero. Me dio una vergüenza increíble tener que prometerle al camarero que estaba segura de que tenía más en el bolso, donde rebusqué poniéndome roja, cuando el chico me anunció que dejará de buscar. Levanté la vista preparada para agradecerle los cinco euros que me había pasado por alto, cuando lo vi ya de espaldas, volviendo a sus faenas, mientras un par de ojos verdes aparecieron delante de mí por sorpresa, haciendo que me llevara un susto.

-¡Alma! –Exclamó ella- no esperaba encontrarte por aquí. ¿Ahora tocas algo? Bueno, bueno, cuánto tiempo. ¿Nos sentamos? Como pasa todo… ¿un año, o más? Ahora no sé. Bien, ven a mi mesa.

Aún estaba exaltada por aquel encuentro. Elisabeth era una chica resuelta, la conocía de toda la vida, pero hacía por lo menos un año, como ella había dicho que no la veía. Era una chica igual de alta (o de baja, según se mire) que yo, con melena morena y unos ojos que le enmarcaban toda la cara, verdes. Nada más pagó la cuenta, me asió del brazo y me llevó rápidamente hacia la mesa donde se sentaba.

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