-Entonces, ¿me decías que tocabas el…? –preguntó ella
mientras sorbía el café que ya tenía por la mitad.
-En realidad, yo no toco nada. Estoy aquí acompañando a un
amigo. –repuse.
-Ah, entiendo. ¡Igual que yo! No me ha pegado a mi por tocar
ahora ni la flauta, ni la guitarra, ni el violín ni nada… ¡acompañando a un
amigo estoy aquí! Qué cosas Alma, que cosas. –seguidamente se me inclinó hacia
mí y me abrazó.
-¡Elisabeth! ¡Ah! –grité.
-¿Qué pasa? Hace tiempo que no nos vemos, ¡no te pongas así
chica! –y empezó a reírse, sin darse cuenta de lo que de verdad pasaba.
-¡Elisabeth! Me has tirado el café encima.
-Oh. Es verdad. Lo siento, lo siento. ¡Qué tonta! Y me he
quedado sin café y todo… bueno, vamos al
servicio haber si te quitamos un poco la mancha de la camiseta.
Las dos nos levantamos, y salimos de la cafetería, dirección
servicios de señoras. Entramos, y delante del espejo intentamos que saliera el
rastro de café que me había dejado el abrazo de mi amiga. Misión fallida, ahí
continuaba la mancha, y mi camiseta sufría la expansión del agua. -Ay, lo siento Alma… ahora estás mojada. –me repetía Elisabeth.
-No te preocupes, si ya me iba… -decía yo, intentando
quitarle importancia.
-Espera, quítate la camiseta, la vamos a secar con el
secador este de manos.
Aunque desconfiaba del secador de manos, lo hice, ya que no
quería acabar congelada y no me quedaba otra. Así estuvimos entretenidas un par
de minutos, secando la camiseta, aunque no conseguimos lavarla del todo.
-Bueno, se ha hecho lo que se ha podido. Además, ya es
tarde, si me acompañas a buscar a Ismael, te lo presento y así me puedo ir.
-Encantada de la vida. ¿Qué instrumento toca?
-El piano. ¿Vamos, entonces?
Fuimos a un ala de donde se escapaban las notas de un piano
que corría. Entramos. Era una sala mediana, que de primeras me recordó a un
mini-auditorio . El piano estaba situado al fondo, y había sillas
dispersas por aquí y por allá. Una mujer mayor, bien vestida, estaba de pie al
lado del instrumento. Al lado de Ismael, que era quien lo hacía sonar.
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